El papa se despide. :: EFE
jornada mundial de la juventud

El papa veta la fe fuera de la Iglesia

Se despide de la JMJ «agradecido» con una misa multitudinaria a la que asistieron millón y medio de personas

MADRID. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El papa se despidió ayer de Madrid tras su visita de cuatro días a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) con una última y abrumadora exhibición de fuerza: una misa en el aeródromo de Cuatro Vientos ante millón y medio de personas, según los datos de la Policía y el Vaticano. Junto a la vigilia de la víspera se confirma como la más grande ceremonia católica nunca celebrada en España. También es la mayor concentración de fieles que ha reunido Benedicto XVI en sus seis años de pontificado. Los asistentes, no obstante, eran de 190 países y los españoles inscritos rondaban los 90.000, los más numerosos junto a los italianos, aunque se estima que los asistentes reales al menos triplicaban esa cifra. El propio pontífice dijo que se va «contento y agradecido a todos». Antes de cerrar la JMJ, anunció que la próxima edición será en Río de Janeiro en 2013, un año antes de la habitual cadencia de tres años para que no coincida con el Mundial de fútbol en Brasil en 2014.

Con la magnífica oportunidad de comunicación que supone tener tal muchedumbre ante sí, la mayoría grupos de jóvenes acompañados de párrocos o monitores, Benedicto XVI optó por una llamada a la disciplina. Amonestó a quien cae en «la tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista que predomina en la sociedad». Aludía a los creyentes que viven más o menos ajenos a la estructura y jerarquía de la Iglesia, ese tipo de fe privada y escéptica ante muchos de los dictámenes del Vaticano que, según las encuestas, en realidad es la mayoritaria entre los católicos en Occidente. Sobre todo entre los jóvenes y, por ejemplo, entre muchos de los que precisamente permanecen ajenos a iniciativas como la JMJ, que cuestionan la doctrina oficial sobre la homosexualidad, el divorcio, los métodos anticonceptivos, la reproducción asistida, la investigación con células madre, el celibato o la discriminación de la mujer en la Iglesia. Pues bien, el pontífice centró su mensaje en el rechazo de esta postura: «No se puede seguir a Jesús en solitario». Si no, advirtió, se «corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de él».

Sin concesiones

Fiel a su estilo académico y que pretende usar una lógica inapelable, que en su opinión hace la fe casi una consecuencia evidente, Ratzinger armó su discurso con una concatenación argumental. «La fe no es fruto de la razón, sino un don de Dios», arrancó, para luego apuntar que «fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados» y desembocar en que «la Iglesia no es una simple institución humana, sino que está estrechamente unida a Dios». ¿Conclusión? «No se puede separar a Cristo de su Iglesia». Así que la única vía aceptada por el Vaticano para un creyente es participar de forma activa en la Iglesia a través de «parroquias, comunidades y movimientos», asistir a misa los domingos, confesarse «frecuentemente» y practicar la oración.

A ello el papa sumó la necesidad de «dar testimonio», pues desde su punto de vista un católico no puede dejar de intentar transmitir la fe a los demás. Es una exigencia que repitió luego en el último acto de la tarde, el encuentro con los voluntarios de la JMJ en la Feria de Madrid. «Quizás alguno esté pensando: el papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así es. Ésta es la misión del papa», admitió. La forma de dar ese testimonio es responder a la vocación que para cada joven decidiría Dios, a saber, «sacerdocio, vida consagrada o matrimonio». Más tarde, en el aeropuerto, confió las mismas directrices a los obispos y sacerdotes, a quienes invitó a «no desanimarse ante las contrariedades que, de diversos modos, se presentan en algunos países». En España puede ser el «laicismo agresivo», pero en otro histórico bastión católico como Irlanda tienen que lidiar con el gran escándalo de los abusos sexuales de niños entre el clero. «No temáis presentar el mensaje de Jesucristo en toda su integridad», dijo Benedicto XVI. Es decir, al igual que los jóvenes no pueden hacer una religión a su medida según sus opiniones, tampoco la Iglesia católica, para buscar su aceptación, debe hacer descuentos en aquello que la sociedad considera hoy menos aceptable.

De este modo el papa vuelve a Roma dejando todo bien atado. A la espera del probable cambio político en España que apuntan las encuestas, la Iglesia ha mostrado de nuevo sus credenciales y, en una lectura interna, ha vuelto ostentosamente por sus fueros tomando el centro de Madrid con un vía crucis en pleno agosto lleno de mantillas y peinetas. Para el papa, la Iglesia debe estar abierta al diálogo, pero sin un milímetro de concesión en sus ideas y plantando batalla, incluso cuestionando la democracia, si las ideas mayoritarias de la sociedad no coinciden con las católicas.

El «alma católica» de España

Benedicto XVI deja atrás un país fuertemente dividido entre creyentes y laicos y lo cierto es que su visita no ha servido para tender puentes ni acercar posturas, pues buscaba solamente la afirmación rotunda del espacio de la Iglesia católica. Es verdad que el marco de la visita era la JMJ, pero en teoría el Papa es un entusiasta del debate intelectual con el no creyente y en otros viajes tiene mucho más presente el diálogo con el mundo laico y la sociedad más descreída. En Madrid ha dejado aparcada esa faceta. «España es una gran nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica», reflexionó en el aeropuerto antes de irse. También tuvo un recuerdo para las víctimas y los familiares del accidente aéreo que tuvo lugar hace ahora tres años en esa misma pista.

«Majestad, el papa se ha sentido muy bien en España», dijo Ratzinger al rey antes de regresar a Roma a las siete de la tarde. También agradeció la «fina sensibilidad» de las autoridades que se han volcado en la organización del evento. No es para menos. La cita de Madrid se cierra como un éxito absoluto. Al margen de la satisfacción de los participantes por un momento único de encuentro con otros fieles, felicidad personal y afirmación de las propias ideas, confirma que la JMJ es el más importante recurso con que cuenta la Iglesia católica en el campo de los grandes acontecimientos de masas, claves en la comunicación contemporánea, y como arma propagandística.

En cuanto a la polémica previa sobre el coste y los beneficios del evento, la Confederación de Comercio de Madrid informó ayer que sólo en tickets de comida para los peregrinos se han facturado 39 millones, mientras que la ocupación hotelera creció un 30% respecto a un agosto normal.

Concluye así el viaje más largo e intenso de Benedicto XVI desde la visita a Reino Unido en septiembre de 2010. Desde entonces se han constatado ligeras diferencias en su estado físico, sobre todo por el calor sofocante de Madrid y una intensa agenda de cuatro días. Normalmente Ratzinger prefiere viajes en los que llega un día y se va otro, de fin de semana y en metas cercanas. A sus 84 años, estos días a veces se le ha visto cansado, con el rostro fatigado y movimientos lentos, aunque ha cumplido con creces su tarea. No hay ningún líder ni autoridad mundial que se pegue, ni de lejos, estas palizas, con tanta movilidad y exposición a la intemperie, tantos discursos y encuentros protocolarios. Dentro de un mes volará de nuevo a Alemania.