Talavante, que no se fue de vacío de San Sebastián, da un pase de muleta a uno de sus enemigos. :: EFE
Sociedad

Talavante juega a su gusto

Dos faenas de temple se ven empañadas por un exceso de pausas y paseos, mientras El Juli y El Cid se entienden con dos enemigos nobles Buena tarde del torero extremeño en el coso donostiarra de Illumbe

SAN SEBASTIÁN. Actualizado: Guardar
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Fue, de los dos hierros de los Hernández Escolar, la corrida de más carnes de las cinco vistas en Semana Grande. Ni la de mayor ni la de menor trapío. Y la que más embistió. Un segundo de mucho corazón que, en frase muy de ganadero, «quería cogerla»: la muleta.

La suerte se rifa y Talavante, sustituto de Manzanares, se llevó el lote de la corrida y de la Semana. El lote de Manzanares. El Cid cumplió con su costumbre de llevarse del sombrero de los sustos un toro excelente. El Juli no tuvo propicios los hados. La inteligencia de Julián encontró el fondo bueno del primero, que lo tenía, pero había que buscarlo con linterna. En tarde de largas faenas, y de faenas de tandas casi calcadas, el final de la primera de El Juli fue la aguja del pajar y la fuente del oasis. Una trinchera ligada con un natural, el natural con un molinete y el molinete con el de pecho. Y en un instante, igualado el toro, y una estocada trasera y tendida.

Los cinco soberbios muletazos de pitón a pitón en los medios con que decidió Julián cerrar y a la vez cortar faena con el cuarto -el malo de esta película- no fueron del gusto de la mayoría. Ni el caviar a veces. ¿Un Juli algo cansado? Tal vez. Iba a haber toreado este año menos que otros, pero no para. Y un 18 de agosto, torcida la suerte de una corrida de su ganadero de cámara -Justo Hernández-, cuesta disimular ese fastidio tan de verano.

Trabajó mucho El Cid con el segundo, que se venía caliente siempre, estuvo bien colocado, lo pasó muy deprisa, se encajó cuanto pudo, no se animó a romperse con el toro del todo, se fue desinflando y mató de buena estocada. Lo que viene haciendo El Cid hace ya tiempo es matar muy bien los toros y torear con la mano derecha mejor que con la zurda. El sobrero lo pilló a contrapié, la tarde ya estaba salvada de sobra y hubo trasteo jacobino, un desarme desairado y, desprendido, un sopapo.

La gente y no sólo la suerte estuvo con Talavante. Firme y bien colocado, poderosos los muñecazos que rematan muletazos como si se abriera o cerrara un grifo, bien jugados los codos para, en acordeón, dibujar muletazos largos que tocan al toro lo justo sin engañarlo: la técnica. La teoría del temple. Y la ligazón, llamativa cuando toreó con la izquierda en tanda de tres y el remate de pecho. Vertical, metido el mentón, en mueca la mandíbula, los pies arrastrados en las salidas de suerte, como si eso fuera un elemento de estilo. Y pausas, y paseos, y paseos y pausas, tan aparatosos que parecía que iba a tener que ir el toro a buscar a Talavante y no al revés. Cuando se encontraban uno y otro, volvía a sentirse un buen compás. El pañuelo del presidente se empeñó en castigar con música inmediata las dos faenas y hasta Talavante protestó. En nombre de la inmensa mayoría silenciosa. Y tal vez del toro. 'No música, gracias'. Sorda, sin pasodoble de ruidoso fondo, la segunda faena de Talavante, con sus sonidos naturales tuvo otro carácter. Pero demasiados paseos. Y remate apurado con la espada: un pinchazo al encuentro y una estocada muy contraria. O sea, caída. Como las de los rejoneadores.