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El tópico

De considerarnos las víctimas de la crisis hemos pasado a admitir sin rechistar que parte de la causa estaba en nosotros

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En la terraza, la tertulia desemboca de nuevo en el tema por antonomasia. Pero esta vez las palinodias de costumbre dejan paso a la autoflagelación colectiva. Será que el día ha salido nublado. Alguien apunta que todos tenemos alguna responsabilidad en la crisis, porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. La música les resulta familiar, ¿no es cierto? Es un hit de las últimas temporadas, una de las melodías que nos acompañan desde que las cosas empezaron a torcerse y nadie supo dar explicaciones convincentes. Al oírla, uno se distancia de su cerveza con cierta precaución, como avergonzado de permitirse alegrías que, sumadas unas a otras, componen el retablo de una época entregada sin medida al despilfarro colectivo.

Es curiosa la facilidad con que hemos interiorizado este discurso de la culpabilidad prorrateada que nos coloca a la misma altura moral que los promotores de castillos en el aire y los traficantes de hipotecas subprime. De considerarnos las víctimas de una crisis indescifrable, hemos pasado a admitir sin rechistar que parte de la causa estaba en nosotros y nuestro tren de vida. Éramos convoyes de alta velocidad sobre raíles de vía de estrecha. Y ahora toca pagar la factura de la fiesta, nos dicen mostrándonos un paisaje de confetis y vasos rotos que tardaremos años en limpiar, si es que alguna vez lo logramos. La única discrepancia que asoma a la terraza gira en torno al grado de culpa de cada cual. ¿Verdaderamente incurrimos en pecado mortal por haber cambiado de coche cuando podíamos haber tirado con el viejo cuatro o cinco años más? Matices. El caso es que todos somos un poco Madoff y en eso parece haber unanimidad.

Ahora bien, si las familias están endeudadas, más lo están los ayuntamientos que levantaron polideportivos que ahora se ven incapaces de mantener, y más que ellos las comunidades empeñadas en tener sus propios aeropuertos, y por encima los estados, y las grandes empresas, y esas agencias de usura institucionalizada llamadas bancos. Entre todos no han encontrado mejor forma de contrarrestar el rumor de malestar ascendente que creando un tópico descendente conforme al cual nadie queda libre de salpicaduras: los particulares, todos sin excepción, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Supongamos que es verdad. Pero tal vez se debiera a que seguíamos instrucciones. La Economía moderna es un ente histérico que tan pronto nos conmina a ahorrar como a consumir sin freno y que pasa de cantar elogios de las inversiones a recomendar estrictas contenciones en el gasto. Nos hemos portado como unos buenos ciudadanos, eso es todo. No es justo que ahora nos hagan pagar los vasos rotos. ¿Otra ronda?, pregunta el más insensato de la reunión. Y las miradas se vuelven hacia él como un coro de parcas enfurecidas.