La colonial
Actualizado: GuardarNada más grato que la amena conversación con un maestro pleno de aventuras y conocimientos deseoso de narrar sus experiencias. Hace mas de diez años acompañé a Óscar Tusquets a conocer nuestra ciudad, él trabajaba en ese globo terráqueo cúbico que simboliza la entrada a San Fernando desde Cádiz, y sus manos abrigaban con mimo la Guía de Arquitectura que terminamos Juan Jiménez y yo en 1995. Óscar Tusquets Blanca (Barcelona 1941), arquitecto, pintor y diseñador es todo un referente de nuestro panorama cultural desde los explosivos años 60. Obras tan singulares como el Belvedere Georgina o los diseños de la firma BD sitúan a nuestro país en la línea de las vanguardias europeas del momento. Luego vendrían la restauración del Palau de la Música Catalana o el Auditorio Alfredo Krauss en Las Palmas, libros como 'Dios lo ve' y exposiciones de pintura. Excelente el cuadro realista de su mujer en el baño en cuyo suelo ha instalado un auténtico mosaico pompeyano adquirido en una subasta londinense. Me interesó particularmente su reflexión en torno al Restaurante Azulete que alcanzó notable éxito y fue visita obligada en Barcelona durante los años 80. «Pensé que a partir de entonces me encargarían muchos restaurantes. Julio, no volvieron a encargarme ningún otro». Esa historia me suena.
Yo disfrutaba de un confortable estudio en la Casa Pérez Llorca, un bello edificio en la Caletilla de Rota, reformado a principios del siglo XX: mi despacho parecía el puente de un barco. En 1988 acudió una pareja, Marie France y Marcelino, para encargarme que les armase un bar de copas en un lugar muy próximo, las cocheras de un extraño edificio que fue sede de la Falange. La encomienda resultaba estimulante porque los clientes inspiraban nivel: no hay buena obra sin buen promotor; los arquitectos aportamos conocimientos científicos a un proyecto que es de otros. Trabajamos duro y codo a codo: el resultado aún puede visitarse, se nota que pasaron los años, pero en su tiempo fue lugar de rotundo éxito, pleno de un público que lo convirtió durante aquella época en el sitio más elegante de la ciudad para echar un trago; y recomendación obligada por revistas y guías de todo tipo. También yo esperaba de tan buen resultado muchos encargos posteriores: nunca más me encargaron un bar de copas, parece que las leyes del mercado no premian el éxito ni aun cuando este produzca notables beneficios. No es una queja, he tenido otros encargos y más demanda de trabajo del que podría y puedo hacer, aún tengo la potestad de elegir, pero nunca más un bar de copas.