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Cuatro de cada diez adolescentes españoles no apagan nunca sus móviles, ni siquiera cuando se van a la cama. Uno de cada tres estudiantes universitarios emplea a diario más de un par de horas en actualizar su perfil en Tuenti. Uno de cada diez usuarios de la aplicación 'whatsapp', que permite estar en permanente contacto con todas las personas que forman la red propia de contactos, está 'enganchado' a la misma. Y cada vez es más frecuente ver por la calle a adultos que llevan en la mano, como su objeto más preciado, un teléfono. A menudo, incluso van enviando mensajes mientras caminan. Son los nuevos adictos, y los especialistas ya advierten de los riesgos: los videojuegos, las redes sociales y los móviles no matan como las drogas o el alcohol, pero no por ello son menos peligrosos.

Como sucede en todas las adicciones, los adolescentes y los jóvenes son los más vulnerables. Tanto que los hábitos en muchos hogares han cambiado: hasta no hace mucho, la pelea de los padres con sus hijos estaba en conseguir que dejaran de ver la televisión y se fueran a la cama a una hora razonable. Ahora, muchos ni siquiera pasan por el salón familiar. Están en su habitación jugando con el ordenador, conversando a través de las redes sociales o enviando notas con el teléfono. El 40% de los adolescentes no apaga sus móviles ni siquiera cuando se van a la cama, porque no pueden dejar de estar conectados con sus amigos, según datos del estudio 'Menores y redes sociales', de Xavier Bringué y Charo Sádaba. De este grupo, casi la mitad recibe mensajes o llamadas durante la noche varias veces por semana.

Esos datos revelan la existencia de un problema serio: la adicción digital. ¿Es exagerada la palabra adicción para definir esos comportamientos? No, a juicio del sociólogo Javier Elzo. «Estoy inclinado a pensar que, técnicamente hablando, la dependencia de redes y chats es del mismo rango que las referidas a los consumos abusivos de alcohol y drogas duras y blandas», explica. Y lo peor puede ser el futuro. Para Elzo, si se confirmaran las tesis de Nicholas Carr, el autor de 'Superficiales. Qué está haciendo Internet con nuestras mentes', las consecuencias para las personas podrían ser incluso más perjudiciales.

Fijemos conceptos. ¿Quién puede ser calificado de adicto digital? «Toda persona que esté conectada a una red, frente a un ordenador o pendiente de un teléfono sin necesidad, sin estar haciendo nada ni esperando nada», responde Juan Manuel Romero, vicepresidente de Adicciones Digitales, que tiene una dilatada experiencia de dar cursos de prevención en colegios de toda España. Él ha oído de boca de alumnos, profesores y padres miles de historias y es capaz de explicar casos muy concretos de adicción: «Un adicto es, por ejemplo, quien envía mensajes por el móvil incluso estando en el cuarto de baño».

Jesús de la Gándara, jefe del servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial Universitario de la Universidad de Burgos, define a los adictos digitales como «personas que hacen un uso excesivo en tiempo, dinero y energía, lo que interfiere en su vida normal, sus relaciones y el resto de sus actividades y pierden el control por su necesidad de estar permanentemente enganchados».

Como sucede siempre, las adicciones empiezan a partir de dosis pequeñas: un uso moderado del teléfono móvil, el ordenador o la videoconsola por parte de los más jóvenes. Muchos se quedan en eso, pero otros van más allá, con frecuencia dándose a sí mismos o a los demás justificaciones: el joven que deja el móvil encendido toda la noche porque le sirve de despertador, el adulto que se conecta a internet de madrugada por si ha recibido algún mensaje urgente...

Piras para jugar 'on line'

La adicción se une con frecuencia a la obsesión, sobre todo entre los más jóvenes. De la Gándara destaca que las personas más débiles de carácter temen perder su estatus en la red si no están permanentemente en ella. Y perder amigos en Tuenti y Facebook o seguidores en Twitter es un drama para ellos. Eso explica también la hiperactividad de tantos adictos: hay decenas de miles de personas que llenan las redes sociales de comentarios carentes del menor interés. Incluso los hay que 'retransmiten' espectáculos deportivos al alcance de cualquiera en la televisión.

Todo ello está arrasando con hábitos muy arraigados. Por ejemplo, el descanso en una larga reunión de trabajo que antes se aprovechaba para una charla informal con los compañeros, ahora se traduce en unos minutos para atender el correo electrónico o entrar en las redes sociales. Y no solo sucede en sesiones de trabajo: las redes sociales registran 'picos' en el envío de mensajes durante los descansos de los partidos de fútbol. Son los adictos que no pueden esperar ni un minuto para decir cosas que, en una abrumadora mayoría de los casos, son del todo banales.

Algo así hizo una pareja de Maryland el día de su boda, hace algo más de un año: nada más terminar la ceremonia, los contrayentes corrieron a conectarse a internet para cambiar en las redes sociales sus respectivos perfiles, de 'soltero' a 'casado'. Lo cuenta Juan Manuel Romero en su libro 'Adicciones digitales'. Al parecer, no podían esperar ni un minuto más.

Hay casos de adicción más peligrosos, como el de un adolescente canario, hijo de padres divorciados, que dejó de ir a clase para jugar 'on line' gastándose un dinero que no era suyo. Aprovechando la buena imagen que su hermano mayor había dejado en el colegio, contó que su madre estaba hospitalizada y le creyeron. De vez en cuando iba a 'recoger' tareas. Su actividad era jugar a jornada completa. Hasta que un día su profesor, que lo había sido también de su hermano, se encontró con este y le preguntó por la madre enferma. Así se descubrió un gravísimo caso de adicción. Antes habían llegado malas notas, irritabilidad, incapacidad para la comunicación tradicional con padres y amigos, insomnio y finamente depresión.

No hace falta alcanzar esos extremos para ponerse en manos de un psiquiatra. De la Gándara cree que recomendar a los padres una vigilancia estrecha ante casos así no es efectivo, «porque no se puede llevar a la práctica». Como no es posible imponer normas a los mayores, y estos también pueden ser adictos. Los especialistas coleccionan casos protagonizados por personas que ya dejaron atrás los 40 años. Varones, aunque no solo, que se encierran con su ordenador para chatear o jugar, o que llevan varios móviles encendidos de los que no se desprenden jamás. O que, como sucedió no hace mucho en Madrid, se obsesionan con otra persona a la que conocen en un chat hasta que un día deciden tener un encuentro sexual. Y cuando llegan a la habitación del hotel en el que se han citado descubren que el otro es su pareja...

¿Cómo se libera uno de esas adicciones/obsesiones? Cuando se ha llegado a una situación de grave dependencia, el mejor camino -y el único eficaz- es acudir al psiquiatra. En situaciones menos preocupantes, De la Gándara recomienda una 'dieta' de deporte, espectáculos y actividades que permitan ocupar la cabeza de otra manera y empezar a poner distancia. Pero la dificultad mayor, como en cualquier adicción, es ser consciente de tener un problema.