El vuelo de Nairobi
Actualizado: GuardarMogadiscio estaba comunicada con el exterior por dos vuelos semanales. Uno de Alitalia y otro de Kenyan Airways. El de Roma descargaba nostalgias imperiales de Mussolini y funcionarios de organismos internacionales. El de Nairobi, únicamente fardos de cat y algún canalla anónimo. Así, los martes y los viernes, todo el mundo peregrinaba al aeropuerto a lomos de la esperanza de recibir a una brisa redentora. La descarga del vuelo romano era tediosa y triste, huera, y la del vuelo kenyata tumultuosa y arriesgada, pues nunca resultará igual de excitante acarrear quebrantos que alucinaciones.
El mercado legal de yerba cat, un alucinógeno pariente de la coca, lo controlaban mercenarios allegados al Presidente Siad Barre, los mismos que ejercían de señores de la guerra, entonces incipiente. Uno de ellos, Aidin, junto con el abogado Omar Both y Mohamed Airmiri, eran nuestro contacto oficial con el Presidente, sus testaferros, con los que estábamos condenados a relacionarnos. Esta condena implicaba justificar el buen fin de nuestro empeño de redención económica de aquel amasijo de desdichas, utilizando el medio aciago de tener que trabajar junto a sátrapas canallescos. Pero así es el genuino dolor agudo, muy distinto al de la diarrea de su perrillo faldero maniático.
Hasta disparos al aire debían aplicarse para regular la descarga de cat. A las pocas horas de la operación, toda la ciudad volvía a recuperar la somnolencia y la postración lisérgica. Volvía a refugiarse en la alucinación abandonada que le permitiera soñar con una vida con perspectiva de futuro. Somalia vive sin saber para qué, bajo el diagnóstico de ruina mental aguda, asida al cat como único paliativo. Se trabaja, en las fronteras de la esclavitud, para comprar un mazo de yerba.
La absoluta perdida de la percepción metafísica tridimensional, convierte a los seres humanos en productos pecuarios. En yeguas y garañones somnolientos que procrean sin tomar conciencia de la responsabilidad que implica la procreación, sin asumir el peso ético que supone engendrar y parir a un ciudadano digno de mérito y respeto. Esa ofrenda altruista indispensable que debe ser valorada y premiada por el Estado. Pero si perdemos la noción exacta del Estado, la noción precisa y preciosa de Nación, mejor será empezar a importar cat. Mejor será seguir permitiendo que los mercados, la amortización milagrosa de la deuda, el albur, o la simple carambola, nos saquen de la actual lujosa postración. Hay que ponerse a producir, a generar riqueza de disipación universal y dejarnos de filfas. A invertir en bienes espirituales con denuedo y agallas.