EL INFORME
Actualizado: GuardarAún no se ha creado un Premio Nobel de la balística para recompensa a los estudiosos de esa ciencia que investiga la trayectoria de los proyectiles. El análisis, tras riguroso examen de su celérica conducta, confirma que el arma cuya bala mató al joven Mark Duggan no había sido disparado antes. Quizá no tenía. Lo que ha disparado es el caos de Londres, exportado a otras ciudades.
Ya sabemos que las balas perdidas no se pierden y encuentran un alojamiento distinto último, como aquella de la novela de Eric María Remarque titulada 'Sin novedad en el frente', que mató a un soldado cuando acababa de firmar la paz. La que acabó con la pobre vida de un pobre muchacho ha promovido una de las catástrofes más sonoras de los últimos años. Se han suspendido partidos de fútbol, entre ellos el Inglaterra-Holanda, del mismo modo que el primer ministro británico ha tenido que suspender sus vacaciones. El miedo, que es lo que salva más vidas, ha hecho que cierren las tiendas y los bares donde no entran los 16.000 agentes, ya que no pueden beber porque están de servicio.
Cuando se desatan los disturbios siempre se piensa que no estaban bien atados. Se habla de pequeñas turbas agresivas que apedrean a los transeúntes pacíficos, pero también se da el pillaje en áreas pobres. Se recurre a la 'mano dura' cuando los gobiernos notan que se les ha ido la mano. Ahora discuten si es conveniente usar gases lacrimógenos, pero antes no se repara en los que lloraban. Después de tantos atropellos se quiere restablecer la circulación. La revuelta es mucho más que un estallido de los revoltosos y los conflictos son sin duda el resumen de un gran fracaso. Los pobres quieren comer. Eso es todo. La resignación también ha muerto, como Mark Duggan, al que tocó el papel de espoleta retardada o de gota que colma el vaso. La protesta no es sólo en áreas deprimidas y multiétnicas ya que todos hemos nacido en el mismo planeta. Un sitio absurdo, aunque haya claros en el bosque.