Otras vidas. La vida
Somalia y sus hambres no tienen espacio en los diarios, tan preocupados por los mercados
Actualizado: GuardarMe acaba de saludar un amable oyente de Valencia. Nos encontramos en la playa del Portet, en Moraira. Él camina por la arena acompañado por su hijito. Intercambiamos unas palabras sobre Punto Radio y nos despedimos: que todo te siga yendo bien, parece que quieren decir nuestras manos entrecruzadas. Cuando lo veo marchar pienso: algo parecido a esto debe de ser la felicidad, tan efímera y rácana que solo se nos hace presente cuando no la reclamamos. Dos hombres que se acaban de conocer se desean lo mejor. Pero ese golpe inesperado dura poco porque mis ojos se van al bolso en el que he metido los periódicos, esos que Céline llama formidables alcachofas de noticias rancias. Leo un artículo que habla de las inseguridades de los hombres, de los que han vivido más de lo que vivirán. Leo otro que Paul Krugman dedica a las fantasmagóricas agencias de calificación: Credibilidad, descaro y deuda. Siento aún más inseguridad.
Cuando llega ese estado de inseguridad en el que los hombres caemos tiendo a volver a mi infancia, por momentos tan segura y atrevida. Me decían que cuando me atrapara ese agujero pensara en aquellos que están dentro de otro más grande. Mis inseguridades son solo un bochorno, una caída pasajera de un hombre del siglo XXI instalado en la insuficiencia moral y la placidez de los mercados rotos. Todo parece que se va a derrumbar. No pasará. Y si pasara, cómo olvidar lo vivido. La memoria es el alimento más preciado para sobrevivir a cualquier momento. Es la renta del capitalista que sin dinero vive en el primer mundo.
Somalia y sus hambres no tienen espacio en los diarios. Tan preocupados los periódicos por los mercados y el hundimiento de Wall Street. Me da la risa, la risa tonta, esa que nos sale a los hombres cuando no sabemos qué pensar, ni qué decir. Creo que reímos para no sentir pena de nosotros. ¿Qué pensará uno de los miles de refugiados que ahora mismo hay en Mogadiscio muertos de hambre? Y no, no es una metáfora, he escrito bien: muertos de hambre. Leo la historia de Iman Abdil Nuno, que ha perdido a cinco de sus hijos tras recorrer 220 kilómetros andando. Iman aún tiene dos: una niña ciega y un chico con unas piernas tan finas que casi no le sostienen. Y entonces vuelve a aparecer esa risa absurda que esconde la miseria de un corazón sordo. La risa es una pregunta, ésta: qué pensará Iman Abdil de mis preocupaciones, qué de la deuda de mi país, qué del hundimiento de las bolsas. En eso estoy cuando suena la voz de arcilla de Kris Kristofferson y escucho 'Me and Bobby McGee'. Tantos años y la canción me sigue emocionando. En eso estoy cuando imagino al hombre de la playa explicándole a su hijito que si un día le atrapa un agujero piense siempre en otros más grandes. Se comen a gentes que nunca conoceremos. Y son de este mundo.