Algunos pases de El Juli resultaron redondos. :: JUAN CARLOS CORCHADO
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Oreja por coleta en El Puerto

Juli, Perera y Talavante ofrecen un buen espectáculo ante toros de Jandilla

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Entretenida corrida la celebrada ayer en El Puerto en la que los tres espadas anunciados pusieron todo de su parte para agradar y en la que los toros derrocharon tanta nobleza y suavidad como falta de casta y de vibración en sus embestidas.

Pocas fuerzas y una clara tendencia a la huida en el capote presentó el primer toro de la tarde, con que El Juli dibujó un quite por chicuelinas, rematadas con media verónica. Toro noblón pero carente de transmisión, que en los compases iniciales del trasteo demostró un recorrido limitado aunque prestancia y repetición en la embestida. Circunstancia que obligó al madrileño a alargar los pases y a dejar siempre la muleta puesta con el fin de ligar y otorgar cierta profundidad a su toreo. Fórmula con la que consigue dos tandas aseadas de derechazos y otra de naturales. Con media estocada algo trasera y un descabello se deshizo de su enemigo. El cuarto de la suelta le regaló más y mejores embestidas, lo que aprovechó para someterlo en un garboso saludo capotero en el que supo ganar terreno en cada lance. El astado derribó en varas donde recibió un leve castigo, por lo que llegó con pies al último tercio. Unos sometedores pases por bajo de El Juli, ejecutados con mucho sabor, dieron paso al toreo fundamental, en el que algunos pases resultaron redondos pero en el que dio la sensación de cierto amontonamiento, de atacar demasiado pronto en busca de las cercanías y de ahogar una embestida boyante y entregada. Circulares, martinetes y ligados pases de pecho en el tramo final del trasteo, constituyeron el episodio de su labor que más caló en los tendidos. Una estocada casi entera en todo lo alto puso digno broche a su actuación.

Perera recibió por delantales al segundo de la suelta, que cada embestida que propinaba la realizaba con mayor desgana y menor recorrido. Inició la faena de muleta con pases por alto apoyado en el estribo, para prodigarse después en el toreo en redondo ante un toro que humillaba en la parte inicial de los muletazos pero no los acababa con la profundidad y codicia deseadas. Algunas series de derechazos resultaron templadas y pulcras pero donde consiguió encender al respetable fue en su arrimón final, en el que se sucedieron los cites entre los pitones. Alcanzaría el delirio durante el tramo postrero de su labor frente al quinto, del que supo aprovechar su nobleza y escaso recorrido para pasar un buen rato citando a milímetros de las astas. Comprometido terreno donde encadenaría circulares, circulares invertidos, pases de pecho y cuantos apurados muletazos se le antojaron. Antes de ello había dibujado estampas propias de su repertorio: un quite por tafalleras de gran exposición y ceñimiento y, franela en mano, pases cambiados por la espalda de angustiosa reunión. Tenía al público entregado pero el reiterado fallo con los aceros le privó de obtener trofeos.

Se presentó Talavante ataviado con un precioso terno verde y oro, al que acompañaba corbatín y fajín de color rojo, que le otorgaba esa vistosidad que siempre poseyeron los trajes de luces. Su primer oponente fue un castaño bociblanco, menos rematado que sus hermanos, de rebrincada y descompuesta acometida que convirtió en tortuosa su lidia y que cortó con descaro en banderillas. Talavante se lo llevó a los medios, donde le ofreció la muleta al natural y enjaretó pases de mérito. Otorgaba distancia en los cites y ligaba sin enmendar la posición. Toreo entregado y arrebatado que nunca cortó el viaje de la res, por lo que se pudo palpar esa vibración que transmite un toro al que se le conceden siempre todas las ventajas. Tras pinchazo y estocada fue ovacionado. Verónicas enjundiosas, mecidas con cadencia constituyeron un lucido saludo capotero al sexto, que poseyeron su continuidad en un ajustado quite por gaoneras. El toro llegó huidizo y descompuesto al tercio final, en el que desarmó al torero en los pases por alto iniciales y dejó patente que no concedería facilidades. Pero Talavante es torero decidido. Lo demostró con bellos naturales, de trazo relajado, en los que todo el cuerpo acompaña su ejecución. Su faena no alcanzó la redondez porque consistió en una pugna constante con los deseos de huida del animal, que acabaría rajado junto a tablas, pero sí permitió apreciar el personal estilo liviano, casi etéreo, con el que interpreta su toreo.