CITA IMPOSIBLE

JOHN GALLIANO

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Alguien le dijo a John Galliano que en la industria parisina de la moda lo fundamental era romper la respetabilidad que amenazaba con momificar el negocio y las ventas. Lo pienso ahora, pagando tres euros por una cerveza en ese bar trendy-cutre del Marais, 'La Perle', en el 78 de la Rue Vieille du Temple, donde la cita con el genio es ya imposible, porque no hace mucho se aplicó el consejo hasta el punto de fulminar con una injuria racial su propia respetabilidad. «Es mejor tener un gusto pésimo que no tener gusto», solía decir Galliano. Acababa de llegar de Londres y se instaló muy cerca de La Bastilla, en el pasaje du Cheval-Blanc, no muy lejos de 'La Perle'. Como Balenciaga o como Chanel, Galliano no venía de una alta cuna que guardara entre sus sábanas el refinamiento clasista. Eso se lo dejaba para Hubert de Givenchy, patricio y aristócrata con casa-palacio en la Rue de Grenelle. Pero el hijo de un fontanero gibraltareño estaba tocado por la varita de la genialidad, lo que quiere decir que supo vincular con inteligencia su gusto por la extravagancia y la teatralidad, con las formas de la mejor historia de la moda. Eso le hizo subir como la espuma, cambiando la libertad y la provocación del Marais por la respetabilidad de la Avenue Montaigne o, lo que es lo mismo, el diseño alternativo por la poderosa industria de la moda, donde se puede provocar vestido de pirata tomando una copa en la barra del Four Seasons, en plena Avenue Georges V, siempre y cuando se resista la presión mental de las dos colecciones anuales, se busque la complicidad de los mandamases de Vogue o Elle, se sonría a las 'celebrities' de la 'front row' y no se de ningún escándalo que acabe en la comisaría de cualquier arrondissement. Nada que ver con su deriva final o con su desprecio por ese viejo dicho según el cual la buena fama suena, la mala truena.