Sociedad

Un gran toro de Núñez del Cuvillo

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El primer toro fue un gigante. Se huía y ni el templado capote de Víctor Hugo logró sujetarlo en un precioso lance a la media vuelta, de los que han desaparecido. Urdiales le anduvo poderoso y seguro al toro en una apertura de faena reposada, y se animó a pasarlo por bajo en una primera tanda con la diestra. Esos diez o doce muletazos fueron todo lo que tuvo que decir el toro, que enseguida escarbó y se quiso rajar a tablas. Urdiales pecó de embarcarse en faena prolija, pero no de ganar sino de perder. Remontado, el toro le esperó a la hora de la muerte: un pinchazo a paso de banderillas, una estocada, un aviso.

El segundo cuvillo fue el más armado. Fandiño le dio mucha capa sin estirarse, dejó que cobrara una larga vara, el toro se arrancó para una segunda pero no le dieron y empezó el combate. Fandiño se fue a los medios para abrir de largo con un pase cambiado por la espalda. Tal vez no fuera la mejor estrategia: por alto se rebrincó el toro. Claudicaba al menor tirón, punteaba. En las embestidas ciertas, se apoyaba en las manos. Empezó a revolverse. No se tragaba tres muletazos seguidos. Fandiño acabó teñido de sangre.Un pinchazo soltando engaño y en dos tiempos una notable estocada. El pitón era escalofriante.

El tercero sacó el tipo de lo primitivo de Cuvillo. Lances sin asiento del torero de la tierra -El Vitoriano (Berbetoros, José Miguel)- y un quite de Urdiales por mandiles que dejó ver el son del toro. Le vino a El Vitoriano grande el toro, que le hizo pasar trago duro en banderillas y estuvo a punto de llevárselo. No vino metido en engaño ni una vez. Los resabios del desencajonamiento en el ruedo lo reclamaban a la puerta de corrales; pegó el diestro algún muletazo suelto. Un pinchazo y una estocada contraria dando al toro salida por adentros.Y cobrada con la mano izquierda. El tercer par de banderillas fue un violín. La merienda fue larga. El cuarto toro, ni manso ni bravo. Faena larga de Urdiales. Desigual. Desdibujada, de recorrer mucha plaza. Hubo momento calentito, la espada se le engatilló: cuatro pinchazos, una estocada trasera, cinco descabellos. Rondó la sombra del tercer aviso.

El quinto se empotró en el caballo de pica con ganasn y al tercer o cuarto muletazo metió la mano en un hoyo. El gesto de frustración de Fandiño era un poema. Y el sexto, el de mejor condición. Una fanfarria regalosa hizo los honores a El Vitoriano. Una faena de quita y pon, pero de aguantar el torero en la brecha y, de nuevo con la mano izquierda, una estocada fulminante. Ardió la Troya de peñas de blusas. Una oreja.