El mero hecho de ir al cine se convertía en todo un acontecimiento. :: JAVIER FERGO
Jerez

Aquellos veranos de antes en Jerez

Pasar la noche frente a la gran pantalla tomando el aire fresco era la solución perfecta para olvidar los calores estivales Albercas, mangueras, caracoles, toros, verbenas y cine popular a la intemperie

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Hace no muchos años, cuando muy pocos jerezanos disponían de coche propio y la mayoría solo iba a la playa algún que otro domingo y no existía el aire acondicionado, los veranos en Jerez eran muy distintos a los actuales: largos y calurosos, y eso que aún no se había producido ningún importante cambio climático o al menos la ciudadanía no tenía constancia de ello. Pero antes había remedio para todo.

Durante el día las albercas propias, de los vecinos, de los amigos, o la simple manguera de la casa o del patio de vecinos eran el recurso perfecto para refrescarse al menos para los más jóvenes: «Todos los chavalotes íbamos a las huertas a bañarnos, se pagaba una peseta o menos», comenta José Luis Alpresa, vocal de la federación de vecinos Solidaridad, y antiguo trabajador de bares de cine de verano.

Al caer la tarde las recogidas de caracoles de los campos que rodeaban la ciudad era frecuente distracción, especialmente para los abuelos y sus nietos. También el inocente robo de alguna que otra pieza de fruta de los huertos y viñas cercanas entretenía a los niños. «Nos bañábamos en la huerta de la vid y después cogíamos fruta en los linderos, más de uno sufrió algún que otro perdigonazo de sal de los guardas de las viñas», cuenta José Luis.

«Las noches eran más divertidas y animadas», manifiesta Sebastián Peña, presidente de la federación; cines al aire libre y verbenas de barrio principalmente alegraban «y de qué manera» las veraniegas noches jerezanas. Muchos de los que hoy disponen de una segunda vivienda en las cercanas localidades costeras, pueden alquilar un piso en ellas o simplemente pueden ir y venir cada día de la playa que han vivido en su niñez, adolescencia o juventud esos veranos tan diferentes.

La plaza de toros, ahora infrautilizada, era el escenario de grandes acontecimientos. Desde mediados de los 50 hasta finales de los 60 fue el epicentro del ocio de las noches jerezanas. Un acuerdo entre la empresa taurina y la del ya entonces teatro Villamarta propició que cada tarde el ruedo se llenara de sillas de madera y que cada noche los jerezanos pudieran disfrutar de cine al aire libre. Películas de Marisol, Joselito, Lola Flores o del oeste eran las preferidas del público de todas las edades, que cuando se anunciaban casi ponían el cartel de no hay billetes, a pesar de que el aforo rozaba las 10.000 localidades contando con sillones, sillas y tendidos.

«Una noche estaban poniendo una película de Lola Flores y yo trabajaba en el cine. De repente apareció ella en la sala y grité ¡aquí está Lola! Y todo el público se cambió de general a preferente», declara José Luis. Familias enteras y grupos numerosos de vecinos acudían andando incluso desde las barriadas más alejadas constituyendo una especie de peregrinación cinéfila. «A veces el largo paseo charlando con familiares y vecinos era tan atractivo como la propia película. El cine era un acto social, no solo se veía la película, se disfrutaba del verano», afirma Francisco Gil, representante de la federación de vecinos.

Pescaíto y vino del ambigú

Aún no había llegado la televisión y los ventiladores caseros eran privilegio de muy pocos. Pasar la noche frente a la gran pantalla tomando el aire fresco era la solución perfecta para olvidar los calores sufridos durante el día. Este cine de verano no era ni muchísimo menos el único que había en Jerez, el cine Astoria o el Valeria eran otros de los muchos existentes en la ciudad. Y a una peseta la entrada de tendido, al alcance de todos los bolsillos. Allí se podían comer pipas, pescaíto frito del ambigú, degustar una copa de vino de la tierra y hasta fumar, mientras se disfrutaba de la película.

Tal era el atractivo de las noches en la plaza que la empresa consiguió convencer a la Paquera para que debutara en público, tras sus éxitos en fiestas privadas. Aquel triunfal acontecimiento, en un paréntesis de las proyecciones cinematográficas, dio pié a que la empresa instaurara los jueves flamencos, que desarrollaban los meses de julio y agosto y que tuvieron tanto éxito o más que el cine.

Pero la plaza no solo era escenario de acontecimientos extrataurinos durante el verano, también era sede de grandes acontecimientos taurinos, que para eso era su función principal. Una pionera corrida de toros denominada Corrida del Arte adornaba los últimos días de julio, a pesar del calor, y hacía venir al coso de la calle circo a aficionados de toda España.

«Hoy día no hay feria taurina que no tenga un cartel exclusivo con figuras de las llamadas de arte, pero la de Jerez fue la primera y la única durante varios años», asegura Juan Belmonte, antiguo empresario de la plaza de toros. Al igual que la corrida concurso de ganaderías celebrada durante la también desaparecida Feria de la Vendimia. Otra prestigiosa idea jerezana exportada a todo el orbe taurino. Ambos acontecimientos formaban parte importante de los veranos jerezanos. Como la propia Feria de la Vendimia posteriormente transformada en Fiestas de Otoño.

Albercas, mangueras, caracoles, toros, verbenas y cine popular al fresquito. Esto define cómo eran los veranos de nuestros padres y abuelo, los veranos jerezanos de hace medio siglo.