Sociedad

Una soberbia faena de El Fundi

El diestro, de diez con un toro manso pero noble de Palha. De todo un poco en la clásica baza torista de San Ignacio

AZPEITIA. Actualizado: Guardar
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De traza muy desigual, pero con cuatro toros de volúmenes muy generosos, la corrida de Palha fue tan aparatosa y tan de pelea como suele. Se empleó con más entrega y son que ninguno el segundo de los seis de envío, que llegó a cobrar hasta tres puyazos en un mismo y solo encuentro con el caballo. Y por los tres boquetes sangraba a modo. Pero cortó y derrotó en banderillas. El diámetro de Azpeitia es tan corto que esperar en banderillas no es índice fiable. Fue el toro de la tarde. El ganadero cumplió con su costumbre de echar en Azpeitia un toro de los que encienden la traca. En el momento preciso, porque el que sale de segundo es el que más veces vuelca el sentido de una corrida y una tarde. Luis Bolívar, que lleva matadas unas cuantas corridas de Palha, pareció adivinar lo que el toro traía nada más verlo soltarse y no se escondió: una larga cambiada de rodillas, dos lances de muchos pies pero buen vuelo, chicuelinas cosidas al mismo saludo y, en fin, el jaleo propio.

De decisión parecida fue la faena, lograda en serio en dos tandas con la diestra. No hubo apenas toreo con la mano izquierda, y por ella salió escupido el toro cuando apretó. Bolívar se dejó ir hasta en son festero: el pase de las flores para una tanda breve pero sutil; dos molinetes de entrada; el chisporroteo de un final por reolinas y espaldinas. Una estocada tendida pero con muerte.

Lo que encareció la tarde fue una muy distinguida faena de calidad: la de El Fundi al cuarto de corrida, que, apaisado de cuerna, playero, entrado en carnes anchísimo, sacó aire huidizo y corretón, pegó cornadas al aire en los tres primeros viajes, estuvo de partida por irse, y se dolió de blando en un puyazo trasero y hasta cinco picotazos que no llegaron ni a sangrarlo bien porque se iba sin dejarse meter ni las cuerdas. Casi en silencio, El Fundi le había pegado cinco espléndidos lances de brega que corrigieron un vicio mayor: el toro punteaba. Y otro menor: el de soltarse de engaño. Y, en fin, a su hora la faena, que fue soberbia por todo: sitio, terrenos, tiempos y temple. Para dominar de primeras la incierta inercia del toro, suaves muletazos arrancados con el pico de la muleta, que tuvieron efecto balsámico; y, luego, sujetado, el toro dejó de protestar al sentirse tan toreado, El Fundi se animó con casi un concierto: ¡Obra maestra!