MILES DAVIS
Actualizado: GuardarPensé en las estancias parisinas de Miles Davis al final de los años 40 y 50. Imaginé el sonido melancólico de su trompeta por el asfalto mojado de claroscuros expresionistas en la Rive Gauche. Y fui a buscarlo en el recuerdo evanescente del Hotel La Louisiane, 60 Rue de Seine, donde no se si amó a Juliette Greco antes o después de cenar a unos pocos metros en Chez Lipp o quizás tras beber en el Café de Flore o en Les Deux Magots. El hotel tiene solo tres estrellas, como ese otro, el Windsor, donde también amó controvertidamente a Jeanne de Mirbeck, la misma que intercedió para que compusiera la banda sonora de 'Ascenseur pour l'Echafaud', la película de Louis Malle. Decididamente, Miles tenía todo cerca en La Louisiane: la libertad parisina que no discriminaba por la raza y el color de los amantes, el mundo bohemio de la Rue de Beaux Arts, el estanco abierto día y noche en la esquina de la Rue de Rennes y, por supuesto, los existencialistas que habían hecho del jazz el himno de su recalcitrancia intelectual. En su segunda estancia solo tenía que cruzar la calle para tocar su trompeta en Le Club Saint Germain, en la Rue Saint Benoit, donde ahora la oscuridad ya no se hace misteriosa con la densidad del humo, ni atractivamente lujuriosa con la presencia de Boris Vian o Jean Cocteau. Pero seguro que Miles le tocaba a Juliette Creco en La Louisiane o en cualquier otro sitio esa misma balada triste, 'Don't blame me' ('No me culpes'), con una mirada cómplice hacia sus ojos extasiados y su cara de palidez tan apasionada como entregada. Pocos saben ahora qué pasó con su amor, por qué la pasión terminó, se desvaneció y ya nunca volvió, aunque los amantes volvieron a verse años después en el Waldorf Astoria. Tal vez, como le dijo Miles a Sartre, la quería demasiado como para hacerle daño.