TRIBUNA LIBRE

NECESARÍA REBELDÍA

CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL Actualizado: Guardar
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En una de sus más famosas citas, CAMUS nos dice que «el hombre rebelde es el que sabe decir no». Siglos antes, PLUTARCO consideraba que la principal diferencia entre los atenienses y sus vecinos del este era que «Los habitantes de Asia servían a un solo hombre por no saber pronunciar cierta sílaba: no».

En Occidente, la crítica y la rebeldía han sido rasgos predominantes que han permitido esculpir a golpe de cincel nuestra transformación de súbditos en ciudadanos, a lo largo de un lento, dilatado y penoso proceso de creación social del que han ido surgiendo conquistas humanas irrenunciables. Por ello, lo único sorprendente en la aparición del movimiento 15-M es que no se haya producido antes, mucho antes. La sociedad española, recién llegada a algunos de estos logros que hace siglos disfrutan nuestros vecinos, parecía tener paralizado su impulso creativo, pese a la urgencia y la evidencia de su necesidad.

¿Cómo se explica que habiendo padecido durante años los mismos males que ahora se denuncian no haya surgido antes una corriente de protesta similar? Hemos de hacernos esta pregunta si no queremos perder el pulso de la fuerza renovadora que tenemos entre manos. Parte de la respuesta apunta a la dictadura de opinión política que en los últimos diez años ha dirigido en este país el discurso de lo correcto. Interiorizado por cierto grupo social, este pensamiento manufacturado ha sido también cómodamente recibido por administraciones y administrados, instituciones y ciudadanos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, electores y elegibles. La factura social que hoy tiene que pagar quien cuestiona la opinión así creada empieza a intimidar incluso a los espíritus menos sumisos, ante la evidencia de que la paz con el entorno -otra cosa es la paz con uno mismo- sólo se alcanza pasando inadvertidos y no significándose en tribunas públicas que invariablemente atraen la inquina tóxica de la descalificación. La tenaz resistencia impuesta frente a la crítica no considera sus razones, simplemente combate a quien la ejerce, acudiendo para ello al recurso grosero de la denostación, con tal falta de medida y formas, que muchos medios llegan a presentar al que disiente como antidemócrata nostálgico del pasado.

Centros de enseñanza, partidos políticos, medios de comunicación y una amplia variedad de instituciones y organizaciones alimentadas y engordadas con dinero público vigilan los muros de contención del angosto caudal del razonamiento individual, artesano podríamos decir, y de su discurso. El mayor éxito de esta especie de policía de pensamiento al estilo «orwelliano», reside en la autocensura que gracias a su presión gregaria acepta el individuo, como defensa, sustituyendo el compromiso del discernimiento personal por la seguridad de las consignas. Como de la más temible gangrena, deberíamos cuidarnos de esta forma de cobardía que disfrazamos con falsas máscaras de prudencia, tolerancia, oportunidad o incluso amistad. La autocensura nos aleja de la libertad y nos apunta cuando señala su origen. El mal está en nosotros mismos.

El movimiento del 15-M parece haber roto esta espiral absurda y suicida de bovina sumisión y sólo por ello merece ya ser valorado y atendido. Nos hace mucha falta una masa crítica de ciudadanos concienciados que asuman su responsabilidad en las mejoras que necesitamos como sociedad. Sin embargo, el crecimiento de este movimiento proyecta también sombras que impiden reconocer en él una fundada esperanza. Sus coqueteos con ciertos grupos antisistema, empeñados en la mera destrucción, son evidentes. Se diría que todavía no está claro si están a favor de la reforma o de la revolución. Tan pronto se concretan mejoras de detalle, como se declara la caducidad de las construcciones políticas, jurídicas y económicas anteriores a su surgimiento. En medio de esta protesta, una amplia mayoría de ciudadanos dejó claro que el cauce es la reforma, al participar con libre normalidad en un proceso electoral que, por pura coincidencia, o por puro cálculo, siguió días después a la constitución del movimiento 15-M. Por tanto, no queda más que emplear los instrumentos de limpieza y reparación del sistema, todavía útiles. La indignación acumulada en este movimiento, sin embargo, se adentra por la vía primitiva de los procesos asamblearios y del cuestionamiento en bloque del mecanismo de representación política que, nos guste o no, hoy es tan mejorable como necesario.

El movimiento 15-M podría impulsar un nuevo modo de relación si los que amagan con la desobediencia consiguen encauzar un liderazgo representativo y no derivan hacia imposibles. La corrupción y el nepotismo no son inherentes al sistema democrático, como pretenden los enemigos del parlamentarismo, pero el combate contra esas y otras lacras sociales debe ser sistemático, incesante y contrario al típico planteamiento partidista de que «los trapos sucios se lavan en casa». Su extirpación debe abordarse cuando están en estado embrionario, antes de que crezcan y degeneren sin remedio. El discurso anti-democrático quiere radicar el problema de la corrupción en el sistema mismo, cuando resulta evidente que el mal proviene de la persona que sin vergüenza ni ética pervierte las reglas y, aprovechando la desidia y tolerancia del resto, las retuerce según su conveniencia.

La reacción emocional de la rebeldía es positiva cuando va ligada a la defensa de la dignidad, pero sin reflexión y debate pronto queda estéril. La visceralidad alimenta las redes del pensamiento único, o, lo que es lo mismo, totalitario, porque lo que une a los totalitarismos de todos los tiempos, sean fascistas, comunistas o islamistas, es el desprecio por la inteligencia. Por eso, los que crean que hay leyes injustas, pueden y deben hacer lo posible por corregirlas, tratando de convencer a la mayoría de sus conciudadanos de la necesidad del cambio. Las minorías también tienen derechos y deben ejercerlos, porque, como decía Thoreau, «Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable». Antes y después del 15-M, la rebeldía positiva es necesaria.