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El adelanto electoral era inevitable. Le convenía a Zapatero para terminar con el calvario de gestionar los minutos de la basura de una legislatura lamentable. Le convenía a Rubacalba, paralizado en sus propuestas ante la imposibilidad de responder a la evidencia: ¿Si lo que propone es bueno, porque no lo aplica el Gobierno que ha dirigido hasta hace cuatro días? Y le convenía también a Rajoy. Ahora se encuentra en una buena posición, pero nadie debería menospreciar la enorme capacidad del PP para meter la pata en los momentos más inoportunos. Que se lo pregunten a Aznar, a Álvarez Cascos, a Camps, a la CAM, etc. Y nos conviene a todos, pues despejamos una incógnita, terminamos con la agonía actual y volvemos a empezar con alguna ilusión, aunque veremos cuánto nos dura después.

Zapatero dice que el adelanto refuerza la estabilidad -curioso, hasta ayer, lo que la robustecía era lo contrario, la culminación de la legislatura- y nos asegura que estamos en la senda de la recuperación. Si es verdad, debería haberse callado. Como gurú económico ha perdido todo su prestigio y cada vez que ha profetizado algo así, la realidad le ha desmentido en semanas. Lo que sucede es que el último dato del empleo le ha dado un respiro (un simple respiro, ni siquiera una vulgar bocanada), gracias a la llegada del verano y, lo que teme (él, nosotros y, en especial, Rubalcaba) es que el aire falte cuando se acaben los calores y cierren los chiringuitos. Eso, suponiendo que el debate actual en los Estados Unidos sobre el techo de gasto no termine con un invierno nuclear.

Porque la decisión de ayer se sustenta sobre motivos económicos; así como el debate preelectoral se celebrará sobre los asuntos económicos y la tarea del próximo gobierno se llenará con las soluciones económicas. La economía en el centro y la economía en los costados. Es lo que preocupa de verdad a los ciudadanos y, además, el Gobierno carece de alternativas. ETA continúa siendo una amenaza y el faisán no es ave migratoria; mientras que Cataluña ha conseguido su estatuto, pero carece del sosiego y del encaje definitivo. Los candidatos nos llenarán de sus deseos para el futuro: crear empleo, fomentar la actividad, reducir el endeudamiento, etc. Sería muy de agradecer que también nos hablasen de las medidas que proponen para hacerlos realidad. Pero eso no es tan probable. Todas ellas son desagradables, impopulares y dolorosas, así que preferirán contárnoslas en el BOE -después de votar-, mejor que en los programas, antes de hacerlo. No vaya a ser que alguno se arrepienta.