Un estado de ánimo
La piedad no es una herramienta de los cobardes; lejos de eso es un argumento que se hace acompañar por la inteligencia
Actualizado: GuardarLa duda es ese terreno resbaladizo, incómodo por inconcluso y falto de determinación. Es un espacio viscoso y opaco con luz al fondo, muy pero que muy al fondo. Cuando me alcanza me siento como un guerrero medieval que no sabe dónde está el frente y tampoco a qué ejército pertenece. O sea, que uno se pierde. Curiosamente ocurre cuando supuestamente hay más luz, es decir, más noticias. Creemos que la libertad tiene que ver con la abundancia de información, hasta ese punto llega nuestra insensatez. Luego vas descubriendo que en eso consiste el miedo: en creer que eres libre sin serlo, en pensar que tu vida se desarrolla tranquila sabiendo -y lo sabes-, que es una ensoñación. La peor estando el mundo como está.
A punto he estado de perderme en la retórica de la información. ¿Qué les cuento a mis lectores de los jueves? Camps, el techo de gasto de las autonomías, Rubalcaba y su sueño inacabado, Rajoy y su cuento de hadas. Había empezado a escribir con uno de esos argumentos hasta que he sentido vergüenza. Primero porque en mi mesa de trabajo están las fotos de un niño somalí cuyos ojos me dicen que puede vivir más; que seguiría viviendo si hubiera para él otra vida. Esta, dice su carita, no es la mía. Me mira como si estuviera pidiendo perdón por haberse equivocado de vida, por su pobreza. No sé, puede que a esta hora esté muerto. Y no sé por qué escribo «puede» sabiendo cómo se las gasta la vida con aquellos que nacen estorbando. Y no quiero seguir escribiendo sobre esa cara que cuanto más la miro más difícil me hará leer un verso de, por ejemplo, Félix Grande: Eres la sombra / que pudiera nacer de la sombra del tiempo.
La duda me ha llevado al joven noruego autor de una de las matanzas más indecentes de la historia. La duda hace que no sepa qué decir: es un asesino o es un enfermo que hace inútil cualquier consideración. No lo sé. Sé que antes de que sus asesinatos hagan que aflore lo peor que hay en mí, he recordado un momento de mi infancia. Una mujer joven y hermosa habla con su hijo. Intenta hacer comprender al niño que de todos los sentimientos que arropan nuestra existencia el más rabiosamente humano es el de la piedad. La piedad, le dijo, no es una herramienta de los cobardes; lejos de eso es un argumento que se hace acompañar por la inteligencia. No te avergüences de ser un hombre piadoso, le dijo.
Bien, pues ese es el estado de ánimo que intento transmitir: sí, piedad, cuando miro al hombre noruego o cuando me detengo en la cara del niño somalí. Piedad por ellos. Pero hay que ser muy inconsciente para no saber que también deberíamos sentir piedad por nosotros mismos. Aunque solo sea por aquello de la inteligencia. Por favor, cuando llenes tu copa de vino haz por no olvidarlo.