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Sopor en el inicio del abono portuense

Solo Oliva Soto obtiene una oreja en un encierro sin fuerzas ni raza de José Luis Osborne

EL PUERTO. Actualizado: Guardar
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Tras un agudo toque de clarín, irrumpieron en el ruedo las figuras ecuestres de los alguacilillos, esos felipes segundos, esas estampas anacrónicas que parecen haberse descolgados de un cuadro de Tiziano o de Velázquez. Bella imagen con la que quedaba inaugurada una nueva temporada en el centenario coso portuense. Abierta la procesión del paseíllo, tanto Iván Fandiño como Esaú Fernandez lo hicieron desmonterados, que es esa añeja forma con la que los toreros presentan sus respetos al público de una nueva plaza que los acoge.

Saltó a la arena un toro negro bragado, bien puesto de pitones, armónico de hechuras, bajo de manos, muy en el tipo de los ejemplares que siempre lucieron la divisa verde y blanca de Osborne. Preciosa estampa que no correspondió a su comportamiento pues se quedó muy corto en los engaños de Iván Fandiño, careció de fijeza y buscó la huida con denuedo durante los primeros tercios. Con unos pases por bajo muy toreros inició Iván el trasteo, para proceder de inmediato al toreo en redondo, en el que tuvo que luchar con la corta embestida de un animal que desparramaba la vista y hasta lo puso en peligro en algún avieso derrote. Cuando emprendió el toreo al natural, su enemigo se mostró muy incierto por el pitón izquierdo y careció de cualquier atisbo de entrega.

Con una gran estocada puso broche a una digna actuación, que no pudo poseer continuidad en el cuarto, al manifestarse éste como un ejemplar sin recorrido y cuya lidia transcurrió en un dilatado acto que resultó cansino, tortuoso y aburrido por la desesperante falta de fuerzas, de casta y de emoción que evidenció el animal.

Por desgracia, ésta constituyó la tónica de un festejo en el que sólo se salvaría el oasis del quinto de la suelta, un colorado con algo de pujanza y cierto recorrido. Cualidades que fueron muy bien aprovechado por Oliva Soto para desplegar una entonada faena por ambos pitones en la que contó con pasajes de profundidad y arrebato. Tras una estocada tendida y trasera se le concedió la primera oreja de la temporada. Su primero, en cambio, sólo le había aguantado tres muletazos, porque al cuarto se derrumbó. Circunstancia que se repetiría en las series siguientes, en las que el animal, cada vez más menoscabado en su fortaleza, presentó una acometida escasa y carente de transmisión.

También Esaú Fernández supo aprovechar a la perfección la escasa movilidad que presentó el que cerraba plaza, al que recibió con lances de hinojos y al que pudo dibujar dos tandas ligadas tras unos espectaculares pases cambiados por la espalda. A partir de ahí, todo consistió en un quiero y no puedo ante una res cada vez más parada y que pronto se refugiaría en tablas. En el tercero se había estirado con garbo a la verónica, en las que ganó terreno en cada pase y hasta galleó airoso por chicuelinas. Pero muleta en mano, se volvió a repetir lo acontecido durante toda la tarde: el toro careció de fuerzas y de raza para perseguir por bajo el engaño y, cuando lo intentaba, se derrumbaba con estrépito o se paraba a mitad de cada pase.

Quedaba inaugurada la nueva temporada con una tarde de sopor debido al nulo juego ofrecido por los toros de Osborne. Pero existió un oasis en el quinto, por lo que cobra renovada vigencia aquella expresión antigua de que «no hay quinto malo».