Doble o nada

Al igual que algunas películas de horror, que en su mayoría son literalmente horrorosas, la crueldad va unida al enigma. ¿Por qué ha sido atacado un pacífico país del norte de Europa?, ¿quizá solo por ser europeo? Es misterioso y quizá siga siéndolo. El coche bomba, cuyo conductor no necesitaba carné, tenía su siniestro destino en la oficina del primer ministro, pero coincidió con el tiroteo a un campamento juvenil del Partido Laborista. La intriga es doble, pero aún no se ha descubierto nada.

La Policía noruega sospecha que el autor de la matanza, que pudo ser mucho mayor, es un desequilibrado. Una pista insuficiente porque hay muchos. Tantos que a veces se agrupan en partidos políticos que creen que la violencia cambia las cosas, sin tener que esperar que cambie la conducta de los dioses. El terrorismo es siempre muy difícil de combatir, entre otras cosas porque los terroristas no van uniformados y los policías sí. ¿Cómo se sabe si alguien que lleva un paquete transporta un afectuoso obsequio para su sobrino o un bombazo para los componentes de una familia política distinta a la suya? Todos estamos vendidos, pero nadie da nada por nuestras vidas.

El infierno portátil de los terroristas todavía no tiene promotor. El baño de sangre queda un poco lejos para que nos salpiquen algunas gotas, pero como hay que sospechar de todos se ha buscado al que acumula más sospechas, incluso más que la furibunda extrema derecha, que es Al-Qaida, con la que es dificultoso competir en fanatismo. Noruega está bajo su amenaza desde hace ocho años, cuando su participación en la maldita guerra de Afganistán, pero ya se sabe que hay tribus humanas que nunca sufren el mal de Alzheimer, del mismo que hay otras que se vengan por adelantado, sin que nadie les haya hecho ningún mal. Que Alá nos coja confesados, pero será mejor que nos coja prevenidos. La geografía y la historia andan revueltas y Oslo puede caer en cualquier parte.