Cadel Evans pedalea durante la contrarreloj de ayer, en la que se proclamó virtual ganador del Tour de Francia. :: STEFANO RELLANDINI / REUTERS
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Evans ejecuta a los Schleck

Remonta en la crono y se convierte en el primer australiano que gana el Tour

GRENOBLE. Actualizado: Guardar
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Las lágrimas tienen distintos sabores. Hasta ayer, Cadel Evans, ya con 34 años, solo las había probado amargas. En 2007, Contador le batió por solo 23 segundos. Un minuto le separó de Sastre un año después. El segundo puesto es la fuente de las peores lágrimas.

Ayer, al fin, Evans paladeó un nuevo sabor, desconocido para él: el de la victoria en el Tour. Había perdido dos ediciones contra el cronómeto cuando ya había mandado enfriar el champán para las fiestas que no pudo celebrar en París. El corredor lapa, el que nunca ataca, siempre perdía. Como si la historia del Tour se decantara por los valientes y arrinconara a los calculadores. Esta vez, la Grande Boucle ha premiado a un ciclista que compite a la defensiva. Al candidato más oculto, el silencioso Evans. El Tour que ha vivido la odisea de Andy Schleck desde el Izoard hasta el Galibier y que ha asistido al despliegue de orgullo de Contador entre el Galibier y el Alpe d'Huez, figurará desde hoy en el currículo de un ciclista tan gris como profesional. En el Tour 2011 no ha ganado el talento, sino el método. De nombre: Cadel Evans, que ayer, en el podio de Grenoble, lloraba feliz tras ejecutar contra el cronómetro a los hermanos Schleck, la pareja luxemburguesa que no supo ganar a Sastre, ni a Contador el año pasado, ni esta vez a Evans. Llevan el estigma del perdedor.

Contador se lleva de este Tour un premio privado: «Me llena más el cariño de la gente que ganar la carrera». Por eso le dedicó a los suyos el derroche en el Galibier. Hay derrotas hechas con el mismo material de las victorias. Para Samuel, el Tour 2011 ha sido de colores. Venció en Luz Ardiden, en la cima decorada con miles de camisetas naranjas del Euskaltel-Euskadi, y hoy en París verá los Campos Elíseos desde el podio, la tarima donde vestirá el maillot de la montaña, el de los lunares rojos. «Es un sueño. Lo recordaré siempre, como cuando me dieron el oro en Pekín», declaró. Los focos no les seguían a ellos. Esta vez eran para las lágrimas felices de Evans y el llanto hermanado, desesperado, de los Schleck.

Evans no podía fallar. No lo había hecho en todo el Tour. Ni se cayó cuando Contador, ni se despistó nunca, ni falló en ningún puerto. «Sé bien hasta dónde puedo llegar», dice. No es Contador ni Andy Schleck. No les llega. Pero baja mejor que Andy, no se tropieza como el madrileño, ni se ofusca en perseguirles como Voeckler en el Galibier. «Sé que para ganar tengo que pasarlo mal». Viene de las escuela del dolor. Cada vez que Andy o Contador le han retado en la montaña, se ha tomado su tiempo. Ha sido fiel a su ritmo y les ha mantenido a tiro. Economizando gasto. No es un genio, ni un héroe, ni un valiente siquiera. Pero ha sido el más fiable de este Tour que ya es suyo. Que lo diga Contador: «Cadel merece este triunfo». Que llore lo que quiera. A gusto.

Carta maestra

Mientras el australiano, el primer corredor de ese continente que gana el Tour, moqueaba de contento, los Schleck se abrazaban. Ocultaban su desconsuelo. Esa sensación de la que no consiguen despegarse en cada Tour. Ya se vio en la salida de la contrarreloj: Evans, tercero en la general, partía justo antes que ellos. La cara prieta. La mirada al frente, 50 metros más allá, como los buenos contrarrelojistas. Los Schleck -Andy era el líder y Frank, el segundo- aguardaban su turno y ni le miraban. Cabezas gachas. Lo temían. Andy defendía 57 segundos de ventaja. Perdió 2 minutos y 31 segundos. Frank, tres segundos más. Evans supo jugar su carta maestra, el comodín de la contrarreloj. A media 'crono' ya tenía el Tour.

Nada al azar. Su postura está estudiada. Ha trabajado codo a codo con los ingenieros de su bicicleta. Sabía que en los 42 kilómetros de Grenoble estaba el Tour. Conoce desde el Dauphiné cada esquina del trazado. Los Schleck no lo pisaron hasta ayer. Evans es otra cosa: el superprofesional. La cabeza entre los hombros, la capacidad para sobrellevar la agonía. La concentración durante casi una hora de tortura. La técnica: decía Anquetil que el contrarrelojista perfecto es el que no frena, el que fluye. Evans. Los Schleck viven de su tremendo talento. Pero no les ha valido para batir al heredero de Phil Anderson, líder temporal del Tour de 1981. Evans no vio la Grande Boucle hasta 1995, el último Tour de Induráin. Lo suyo era el mountain bike. Hasta que en 2001 bajó del monte para llorar por un par de Tours perdidos y también para llorar hoy por el Tour que ya es suyo.