Anselmo en unas de sus parcelas de La Barca, donde ya se pudren las patatas al sol porque las empresas no las compran. :: ESTEBAN
Consecuencias de la crisis del pepino

Las patatas gratis de Anselmo

Este productor, como muchos otros de la provincia, se declara casi en la ruina después de que no haya podido vender su cultivo Un agricultor de La Barca regala su cosecha de verduras por los efectos de la crisis del pepino

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Las nueve hectáreas sembradas de patatas que Anselmo Gilabert tiene en dos parcelas de La Barca de la Florida son la metáfora más demoledora de lo que ha supuesto para los agricultores de la provincia de Cádiz la crisis abierta en el sector hortícola por la denuncia, luego se supo que falsa, de que los pepinos españoles estaban infectados de E.coli.

En sus fanegas de tierra, semienterradas en el suelo, asoman la cabeza miles de kilos de patatas ya podridas por el sol que antes del mes de mayo y de aquella fatídica intervención de la senadora de Hamburgo culpando a nuestros productos eran la esperanza de Anselmo de tener un buen año con sus cosechas no solo de este tubérculo, sino también de otras verduras como cebollas o zanahorias.

Ahora, apenas un par de meses después, este agricultor de 59 años que en toda su vida no ha hecho otra cosa que «trabajar en el campo de sol a sol» ha perdido todo lo que sembró en las fincas de su propiedad y en otras tantas que tiene arrendadas, ya que la empresa a la que le vendía sus productos y que tiene contratos precisamente con el país germano no ha querido retirar sus hortícolas porque no tiene mercado donde colocarlas, o porque en otros casos el precio es tan ridículo que ni siquiera merece la pena realizar todo el esfuerzo y pagar los costes para el transporte y envasado.

«Estoy casi en la ruina, esto es un absoluto desastre», explicaba angustiado ayer en su finca Anselmo, que apenas puede cuantificar las cuantiosas pérdidas que le ha supuesto la mal llamada crisis del pepino, «porque esos políticos que dicen que solo ha afectado a algunos cultivos no saben de lo que hablan ni han venido aquí a ver nuestra situación».

En total, él ha tenido que dejar en el campo unas 69 hectáreas de patatas, zanahorias y cebollas, todos ellos cultivos que no están incluidos en las ayudas que va a repartir la Unión Europea y que se van a negociar la próxima semana.

«Tanta verdura, tanto trabajo, y todo para nada», insiste este agricultor que hace ya varias semanas, cuando tuvo la nefasta confirmación por parte de las comercializadoras de que no iban a comprarle nada, decidió informar a todos sus vecinos, a los parados, a las ONG y «a todo el que quiso» de que podían pasarse por sus parcelas y llevarse todo lo que pudieran cargar para su propio consumo.

Mucha gente aceptó gustosa el ofrecimiento y así Anselmo vio como poco a poco, saco a saco, se marchaban sus ganancias y se abría paso su drama personal. No en vano, en su caso la cifra de pérdidas puede rondar los 250.000 euros si se suma lo que hubiera podido ganar con la venta de la cosecha y lo que ya ha gastado en plantar, en abonos, en simientes, en mano de obra para labrar la tierra y para recolectar lo poco que ha podido antes de junio, que es cuando «el futuro empezó a ponerse más que negro, supernegro para mí».

Lo peor es que llueve sobre mojado con este nuevo varapalo al sector agrario español. En el caso de Anselmo y de otros agricultores de la Campiña de Jerez, literalmente. Él fue uno de los afectados por las riadas que en 2008 anegaron casas y plantaciones en la zona rural, y ya entonces perdió unos 90.000 euros que le llevaron a firmar una hipoteca con el banco, con el que ahora trata de renegociar nuevas condiciones para que le concedan liquidez para poder seguir adelante.

«Todo mi patrimonio es del banco ahora mismo, y les estoy pidiendo 170.000 euros para poder pagar lo más urgente y así continuar con mi labor, con otros cultivos que pueden traerme algo de esperanza como el algodón, pero están muy reacios». Él lo tiene claro: «Si no me lo dan, ya solo me queda pegarme un tiro». O seguir jugando al azar. «Me gasto 30 euros a la semana en cupones y primitivas».