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Cameron oculta las visitas de Murdoch
El magnate y su hijo reiteran su disculpa ante el Parlamento pero insisten en que falló la gente en la que confiaron
LONDRES. Actualizado: GuardarFigura en las primeras posiciones de las listas de personas más poderosas de Reino Unido, es el magnate mediático del mundo contemporáneo pero, cuando David Cameron o Gordon Brown le han invitado a su residencia en Downing Street, sus asistentes han pedido a Rupert Murdoch que entre por el acceso de la parte trasera del edificio, para que no le vean entrar los fotógrafos apostados ante la puerta del número 10.
Cuando el gran patrón australiano, con la manera vacilante de un hombre de 80 años, explicaba ayer las extrañas circunstancias en las que los políticos más importantes del país le reciben -a ninguno prometió jamás el apoyo de sus periódicos, confesó-, su tercera mujer, Wendi, de 42 años, se señaló briosa a sí misma para indicar que su amiga Sarah Brown, que la cita elogiosamente en sus memorias, también le abría la puerta de atrás.
Entre ese episodio que ilustra el especial estatus de Murdoch, a quien la prensa satírica describe como «el sucio excavador», y la irrupción estelar ante las pantallas de Wendi como una mujer peleona pasaron un par de horas en las que los miembros del comité de Medios, Cultura y Deportes de la Cámara de los Comunes interrogaron a Rupert y a James, padre e hijo, sobre el escándalo de las escuchas ilegales que ha causado una crisis notable en su grupo mediático.
El resultado fue un retrato de algunos de los problemas de News Corporation, en primer lugar de la cuestión dinástica. Tras poner a los tres hijos de su segundo matrimonio, James, Lachlan y Elizabeth, en la carrera de sucesión para dirigir una empresa fundada por el abuelo, el primero es el único que permanece en la estructura de gestión como responsable de una división regional que incluye Europa.
El padre, reacio a conceder entrevistas, tuvo que responder públicamente por primera vez a una larga lista de preguntas. Reflexionó a menudo antes de responder y fue sucinto, pero dio también la impresión de ser incapaz de llegar al fondo de problemas enrevesados como los que tiene su empresa en Reino Unido, y desvarió recomendando a los políticos británicos que copien el sistema de Singapur para acabar con la corrupción.
James, el hijo, en cuya división ha ocurrido el desastre que ha llevado al cierre del 'News of the World', al pago de compensaciones multimillonarias, a una decena de detenciones, a investigaciones criminales abiertas, a dos encuestas públicas, a una caída aguda del valor de la compañía... no parece destinado a hacerse cargo de la compañía. Y, aunque no se confirmó el rumor en Londres de que iba a ser detenido ayer mismo para ser interrogado, es posible que ocurra pronto.
El «umbral financiero»
El padre ofreció la contrición convincente. Dijo que un mercado competitivo de medios hace que la sociedad sea más fuerte y abierta, pero se siente ahora «consternado, ultrajado, avergonzado» de que empleados de su empresa interviniese el teléfono de una niña desaparecida. No es responsable, falló «la gente en la que confié o aquéllos en los que ellos confiaron».
Hay que colaborar con todas las investigaciones, crear nuevas guías de conducta de los periodistas. Esto lo articuló con más retórica el hijo, James, que para empezar con la limpieza dijo cosas tan asombrosas como que, cuando pagó dos compensaciones por casi dos millones de euros por escuchas, no se lo dijo a su padre porque no llegaban al «umbral financiero» de sus decisiones; o que, cuando se descubrió un archivo con documentos que mostraban que las escuchas eran sistemáticas, leyó un «poquito» y llamó a los abogados, que los entregaron a la Policía.
Intriga e incredulidad eran las emociones del día cuando, cerca del final, un joven que estaba entre el público se plantó ante Rupert Murdoch, le dijo que es un desagradable millonario e intentó arrojarle un pastel de espuma de afeitar. En la melé de gente que le neutralizó se vio a Wendi Murdoch lanzar un manotazo, caer, lanzar otro... Fue un final de comedia a una sesión que defraudó como drama.