Zabi se cubre con un velo poco antes de bailar ante varios hombres junto al mercado viejo de Kabul. Meses después fue asesinado. :: GUILLERMO CERVERA
Sociedad

El último baile de Zabi

Era el travesti más famoso de Kabul. Adorado y odiado. Ganaba hasta 1.000 dólares a la semana. Ya no. Lo degollaron tras una boda

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Enero en Kabul. La noche cae muy fría. Los mastines afganos aúllan en calles oscuras. Los niños hace rato que han dejado quietos los polvorientos columpios entre ruinas. Los fumaderos de heroína siguen humeando. Siempre lo hacen. A las afueras, en una casucha de paredes blancas y desconchadas, Zabi anda inquieto. En unas horas actúa en la boda de una familia de carniceros del distrito de Chaharasyab. Pastunes, la etnia mayoritaria de Afganistán y solo un peldaño de fanatismo por debajo de los talibanes. Zabi se mueve por casa con un pantalón de lino y un polo a rayas rojas y blancas. Prepara en una mochila su atrezo. Un vaporoso vestido verde y un velo rosa. Se empolva la cara y se pone rímel en los ojos mirándose a un pequeño espejo de mano. Hay cicatrices en sus muñecas. Navajazos. Dos largas uñas rosas sobresalen de sus dedos meñique y pulgar. El resto están cortadas. Listas para defenderse a puñetazos.

Ser travesti siempre es duro.

En Afganistán es mortal.

Zabi (Herat, 1984) ha salido al paso de varios intentos de violación y apuñalamientos. En su casucha acaricia la cabeza de sus dos hijos. Se despide de su esposa. Son su única familia. El resto murió en las tres guerras que han asolado Afganistán. Son su mascarada para seguir viviendo. Él ama a otro travesti. Camina por calles oscuras. Los mastines aún aúllan. Zabi llega a su destino, uno de los muchos salones de bodas de la capital. Templos de lujo hortera en los que los afganos se gastan hasta 6.000 dólares que dejan temblando salarios medios de 400. Orgías de comida y baile. El Islam prohíbe que dancen las mujeres. Es el turno de Zabi.

«Su cuerpo es tan suave, sus labios son tan tiernos, él está tocando al chico...», dice una de las canciones favoritas de Zabi. Quizás la entonó aquella fría noche de enero, mientras danzaba en una sala abarrotada de hombres. Las mujeres, apartadas en otra estancia, bailando entre ellas. Zabi bailó varias horas, feliz y femenino...

Fue su último baile.

Dos de los asistentes al enlace se encapricharon de él. Irse de putas en Afganistán equivale a ponerse la soga al cuello. Tener sexo con travestis es un pecado velado, aunque el Islam también castiga la sodomía con la muerte. La oscura hipocresía del reino talibán... El clan de carniceros ardió. Y Zabi acabó degollado y descuartizado en una caja de cartón.

Militares y travestis

Era el travesti más famoso de Afganistán. Cinco actuaciones a la semana. 200 dólares por baile. El sueldo de un mes en Kabul. Él sabía que se jugaba la vida. El año pasado dos compañeros fueron asesinados. Zabi no ocultaba el miedo. «Pero era muy valiente y espabilado. Por eso era el más conocido del país». Guillermo Cervera está a punto de volar a Sumatra. Su voz suena áspera al otro lado del teléfono. Es el precio de dos décadas de guerra en guerra, de ver cómo dos compañeros suyos caen a su lado por las bombas de Gadafi, de vivir al filo entre la sinrazón talibán. El fotógrafo 'freelance' pasó 15 días junto a Zabi. Él vivió cómo se escondía. Cómo evitaba lucir su orientación sexual. «Cuando ibas con ellos por la calle sentías que en cualquier momento alguien te saltaba encima y te despellejaba». Él fue testigo de cómo, junto al mercado viejo de Kabul, en el anonimato de rincones velados por la noche, hasta los militares acudían a contratar los servicios sexuales de la treintena de travestis que sobreviven en la capital.

Así es Afganistán. El mismo país que acepta el infierno de los 'bacha bereesh', niños vendidos cuando son críos por sus propios padres a acaudalados señores de la guerra para bailar vestidos de mujer. Bailar y algo más... Son sus juguetes sexuales. La otra cara es la de las 'bacha posh', niñas con el pelo a lo chico y vestidas de niño por su familia para poder ir solas (solos) por la calle, esquivar el burka e ir al cole. Un tesoro en un país con un 88% de mujeres analfabetas por imposición.

Ese país fue la tumba de Zabi. Él lo sabía. Un año antes de ser asesinado, el reportero Plàcid García-Planas lo entrevistó en Kabul para 'La Vanguardia'. Zabi lanzó un ruego, la crónica de una muerte anunciada: «Que alguien me saque de este país».