Más cano que nunca
Al torero le ha brotado la memoria histórica en el pelo
Actualizado: GuardarLección número dos: nunca te fíes de las parejas aparentemente perfectas. No me canso de decirlo, las únicas que de verdad tienen garantía de durar toda la vida son las que nadie da un duro por ellas. Aun así, lo de Jennifer López y Marc Anthony me ha pillado por sorpresa. Los creía unidísimos. Lo cual, siguiendo mi teoría, debería haberme hecho sospechar. Aunque confieso que siempre me parecieron un matrimonio un poco como de Forges, en plan la Concha y el Mariano. Él, un tirillas. Con gracia, y hasta cierto morbo, pero tirillas. Ella, no precisamente una mujerona con cuerpo de cetáceo, pero sí una real hembra de envergadura (en el amplio sentido de la palabra) y curvas ultradeslizantes, peligrosísimas para alguien como Anthony, que como rey de la salsa es un hombre sumamente lanzado y con pinta de circular generalmente sin frenos. Su divorcio me ha traído a la memoria una anécdota con fondo musical de Lambada. No la que ahora destroza impunemente López (López, Jennifer, no el lehendakari, aunque puede que también), sino la Lambada original. Corría el año noventa y en una fiesta de lo más internacional a la que tuve el honor de asistir, una colombiana amiga mía, exuberante y espectacular, bailaba sola la Lambada, que entonces causaba furor, cuando su marido, un escuchimizado italiano de nombre Fabrizio, se le acercó para intentar acoplarse a su frenético ritmo. Ella, entonces, sin cortarse un pelo ni dejar de contonearse le gritó: «Ojo, Fabri, que te doy un 'caderaso' que te tumbo». Bueno, pues ahora está por ver quién ha dado el 'caderaso' a quién. Si Cleopatra-Jennifer a Marco Antonio-Marc Anthony, o al revés. Viendo el imponente perímetro caderil de la López, y esos rumores que la vinculan con un joven muy macizo, me inclino por lo primero. Pero bueno, basta. Yo he venido aquí a hablar de otra cosa, y no precisamente de mi libro (aún por escribir). Hoy, 18 de julio, quiero destacar una cabeza que está demostrando tener de verdad memoria histórica. Me refiero a la de Ortega Cano, cuyo pelo ha recordado por fin su edad real (cincuenta y muchos, o sea, la de tener canas). Ortega (más cano que nunca) ve con pavor estos días cómo denuncian a su fisioterapeuta por carecer, dicen, de titulación. Pero al que habría que denunciar (y quizá detener) es al peluquero que le embadurnaba el cráneo con tinta de chipirón en su obsesión por dejarlo negro zaíno. A menos que... (ay, no quiero ni pensarlo) se tiñera él mismo en plan 'dejadme solo'. Le espera un verano tremendo a Ortega Cano a poco que recobre del todo la memoria y asuma las consecuencias y las responsabilidades de ese trágico accidente. Un verano más triste que el de Corea del Sur, donde nadie coge nunca vacaciones; un test de estrés más duro que el de la banca europea.