
Los personajes de la trama: el «sobrao», el socio y las falsas ingenuas
El tribunal redacta una sentencia con un lenguaje llano para hacerlo comprensible a la ciudadanía
CÁDIZ. Actualizado: GuardarLos magistrados de la Sección Tercera no se han abstraído del interés mediático que ha suscitado este caso y han redactado una sentencia con un lenguaje llano, muy alejado en algunos fragmentos de la habitual jerga jurídica que complica la lectura de estos textos. El propio tribunal lo justifica, alegando que dada la difusión que va a tener este fallo judicial hay «un especial empeño en no descuidar el carácter didáctico y en hacerlo lo más compresible posible para la generalidad de la ciudadanía». Siguiendo este objetivo, los magistrados confeccionan incluso una especie de perfil de los principales implicados en la trama. En algunos pasajes, la redacción recuerda a un relato que bien podría servir de crónica.
Carretero «El listo»
Carlos Carretero «iba de sobrao». Así lo definió durante el juicio uno de los guardias civiles que le siguió los pasos durante meses y escuchó sus conversaciones. Una expresión que reproducen literalmente los magistrados para definir el perfil del cerebro de la trama; al igual que otras como: «el listo, el sinvergüenza o el que trincando billetes era el más feliz del mundo». «Desde su atalaya privilegiada» como antiguo jefe de la Policía Local de Ubrique, «una pequeña población de la Sierra de Cádiz donde casi todos sus vecinos se conocen», pudo conocer «vidas y haciendas» de muchas personas y aprovechar esa información «para comprar voluntades». El ideólogo de la estafa reclutó a «fieles vasallos, estómagos agradecidos o tontos útiles» que cumplían sin rechistar sus órdenes. Algunos cayeron en la operación, pero han sido absueltos al quedar demostrado que desconocían los verdaderos objetivos en cada gestión que realizaban. El ejemplo más claro es «su hombre de paja», un vecino de la Sierra, con un problema serio de alcoholismo, al que situó al frente de varias empresas.
Sobre su relación con el inspector médico, los magistrados no creen que fuera tan superficial como Francisco Casto Pérez Lara declaró en el juicio, asegurando que nació a partir de la amistad que tenían sus respectivas esposas. «Esta amistad fue crucial y, a estas alturas, no creemos equivocarnos si estimamos que el aspecto culinario también lo fue». El tribunal se refiere a las numerosas comidas y cenas que ambos compartieron y donde ultimaban las gestiones. Unas citas que fueron recogidas por las escuchas telefónicas y que se celebraron muchas veces en los restaurantes más caros de la provincia. «Carlos hacía la labor de campo (reclutar clientes) y Francisco Casto hacía el trabajo de despacho», indica el fallo.
Pérez Lara El funcionario corrupto
«El inspector conocía muy bien su trabajo; de hecho tenía fama de ser una persona muy válida profesionalmente hablando. Este bagaje de conocimientos le había llevado a conocer a sus propios compañeros»; un detalle que destaca la sentencia porque gracias a esa experiencia sabía quién «era más estricto, si el otro tenía manga más ancha o si a éste se le podía pedir un favor». Los magistrados reconocen que no tenía la última palabra a la hora de reconocer una incapacidad, pero sí tenía el poder de influir con sus informes. «Sabedor que el órgano colegiado, por su método de trabajo, en caso de desacuerdo o empate se inclinaba por sistema a favor del informe del inspector». Una forma de evaluación que no es infalible y de la que se aprovechó. ¿Su precio? La investigación no halló pruebas de un incremento en su patrimonio, pero su antaño amigo directamente le situó en la puerta de la cárcel asegurando que le había hecho muchos favores».
Campanario Ni tan ingenua
La mujer de Jesulín de Ubrique aseguró en el juicio que desconocía que le estaban tramitando una pensión de incapacidad a su madre; sino que había pagado para que la vieron «los mejores especialistas» ya que sufre de una minusvalía pero sin derecho a prestación. «La acusada, en la fase de instrucción no recordaba la cantidad entregada. En el acto del plenario, cinco años después, no recordaba haber pagado más de 9.000 euros, de los que admite no haber recibido factura alguna». El tribunal reproduce el mismo argumento que expuso el fiscal: «Nadie paga por lo que no cuesta» (queda probado que pactó abonar 18.000 euros). Y niega que tanto ella como su madre «tengan la ingenuidad o candidez para desconocer lo que estaba ocurriendo». Como anécdota, el tribunal recoge cómo María José Campanario solo juró cuando aseguró que desconocía que habían suplantado a la madre, «juramento que omitió en el resto de conductas».
Remedios Torres Ni tan cándida
La madre de María José Campanario, sin llegar a definirla de mentirosa, el tribunal la señala en varias ocasiones por haber faltado a la verdad. El detalle más grosero de su declaración fue al negar que había sido revisada por una médico, a la que le indicó que había sufrido un accidente en la calle (concretamente en El Puerto) y que trabajaba como limpiadora en una empresa que resultó pertenecer al entramado de Carretero. Dicho percance y ese alta laboral fue para obtener un reconocimiento de incapacidad cuando «ni siquiera trabajaba ni había cotizado el tiempo suficiente». Su testimonio quedó desvirtuado por completo cuando esa facultativa, que reconoció haber atendido a Remedios Torres tras pedirle un favor Casto Pérez Lara, declaró en el juicio.