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Joselillo y Dolores Aguirre: casi un idilio
Triunfo del torero, que por cuarto año sale bien librado de uno de los exámenes duros de Pamplona
Actualizado: GuardarLa segunda sorpresa de San Fermín fue que la corrida de Dolores Aguirre viniera en proporciones más que razonables: ni especialmente ofensiva, pero con sus puntas bien limpias, naturalmente; ni apabullante ni exagerada ni tremebunda. La frontera temible de los 600 kilos sólo la superó un cuarto altísimo y corto de cuello, el de menos cara de los seis de envío y, sin embargo, capaz de descolgar y encelarse. Con un vicio molesto para el torero: el de adelantar por las dos manos y el de desparramar la mirada antes de hacerlo. Lo que tuvo la corrida en común fue una movilidad espectacular. No sólo la de irse en busca de la querencia de entrada o salida, que es acto reflejo en los toros que han corrido el encierro asustados. También fue la movilidad encastada que se traduce en prontitud: no hubo que reclamar a ninguno para que se viniera la primera vez. Al toro que se iba a la querencia de la puerta de corrales y no a la puerta de toriles, a ése sí hubo que reclamarlo al toque para que se sujetara. Unos más y mejor que otros, pero todos los toros se sujetaron a engaño y sin extraños. Incluso el que abrió el desfile, el de más caprichosas salidas de suerte porque la tentación del portón de corrales se le hizo casi irresistible. Pelearon los seis toros . El sexto, listo y geniudo, lo hizo con temperamento. De modo que puede decirse que la corrida embistió. Embistieron muchas veces los seis toros. Con el estilo entreverado tan propio de la estirpe Atanasio.
No fue corrida problemática, pero tampoco tuvo la inercia suficiente como para ir y venir a resorte. Cada toro trajo su propia emoción, los seis se vendieron caros a la hora de doblar y pasó una de esas cosas que sólo pasan en las corridas de Dolores: que dos toros , el primero y el cuarto, parecieron morir y resucitar, y resucitar dos veces. Con la espada dentro y casi pegado a las tablas, el primero le pegó una voltereta y una cornadita en el muslo a Santiponce hijo, que se confió con la puntilla y no calculó que ese toro estaba por resucitarse. Y a punto estuvo de repetirse la historia en el cuarto. Las muertes resistidas y lentas resultan agonías estremecedoras. Los toros se comen en el último momento todos los planos del torero. Es una secreta venganza.
Dentro del generoso surtido de la corrida saltaron dos toros distinguidos, que metieron la cara, se fueron en largos viajes de ida y vuelta y sacaron ese ritmo de trantrán y creciente fiebre que se da en el toro encendido de Dolores. Un tercero que descolgó enseguida y se vino a la distancia con alegría. Fue toro muy noble. Joselillo estaba en su salsa -era su cuarta presencia en sanfermines, y la cuarta con la de Dolores- y, con las ideas claras y encajado, manejó con autoridad los viajes sencillos del toro. Excesivas las pausas entre tanda, gratuitos los paseos, pero cada vez que volvía Joselillo a la cara estaba el toro dispuesto. Una estocada de mucho corazón sentenció la causa. Con el sexto, que tenía fiereza, Joselillo se entregó más a la épica manera, pero sin perder el rumbo ni el control del negocio. No cabían aventuras. Sí el ofrecerse y ponerse, y hasta desplantarse. Rugieron las masas de sol y se oyó el 'Jo-se-li-llo, illo, illo, illo' de otros años.
Valiente estuvo Salvador Cortés. Y arrojado Alberto Aguilar.
Pero Salvador, templado siempre, se pasó de faena con el primero, cuyos gusto por los adentros y querencia no entendió del todo bien.
También se pasó de metraje con el cuarto, al que acabó metiendo en la muleta con aire de torero puesto. Le pesó ese ambiente de indiferencia con que se castiga a quien sea mientras la gente merienda. Aguilar resolvió la papeleta sin ahogarse. Sin aprovechar del todo las embestidas humilladas del segundo, que parecía embestir a su aire y sólo se frenó y apalancó a última hora; y se puso, remangó y atrevió con el imponente quinto: castaño lombardo, lucero rubio en la diadema, cañas y pellejo finos, de porte espléndido. Toro de largos ataques en serio. Fue faena de recorrer la plaza toda, pero sin perder el control de su persona el torero madrileño. Alberto trató de hacerle al sol un guiño cómplice. No hubo eco. La estocada, de gran habilidad, fue de valor.