La elegancia y la comodidad libran una batalla todos los veranos
Actualizado: GuardarEl verano no suele ser buen amigo de la elegancia. Cuando la temperatura se dispara hasta recocer los cuerpos en su propio jugo, las mangas largas y las perneras hasta los pies pueden convertirse en un depurado instrumento de tortura, y el nudo de la corbata empieza a parecerse a un estrangulamiento refinado pero letal. Pocos héroes hay más admirables que esos ejecutivos que, con el atuendo propio de su oficio, son capaces de atravesar tramos de sol a 35 o 40 grados con gesto decidido y frente seca, sin una gota ni un simple brillito que delate su sufrimiento. La solución más habitual a los calores pasa por las chanclas, las bermudas, los 'shorts' mínimos, las camisetas de tirantes y los 'tops' que dejan el ombligo al aire, pero la pega es que, a la vez que el sofocón, hacen desaparecer todo rastro de distinción y formalidad. Y en algunos ámbitos, cada vez más, hay gente que no está dispuesta a admitir que la moda playera sea el signo inevitable de estos tiempos: la última batalla de esta guerra se ha librado en el Congreso, donde se pedirá a los visitantes «la vestimenta adecuada al decoro exigible».
El pantalón corto, de entrada, está prohibido. Y, en el caso de los hombres, también las camisetas sin mangas. La nueva circular sobre vestimenta se limita a fijar unas normas que ya se aplicaban en la práctica, con tanto rigor como para impedir la entrada a un cámara de televisión que lucía pierna. Los ujieres de la Cámara baja llevan años llamando la atención a los visitantes que se presentan en chanclas y bermudas, a los que han dejado en alguna ocasión sin poder seguir los plenos desde la tribuna del público. ¿Está justificado imponer a la gente un determinado criterio estético? Ion Fiz, uno de los modistos que han elevado a las pasarelas a los hombres ataviados con bermudas, cree que sí: «Como en todo, hay que respetar el protocolo sobre vestimenta. Por supuesto que se puede ir elegante con bermudas, pero son sinónimo de 'casual', de 'sport'. A un lugar así hay que ir de largo: puede ser con pantalones de lino, de lana fría italiana, de algodón... Si cada uno se viste como quiere, se puede dañar la imagen de la institución». El diseñador es partidario, eso sí, de «ir cambiando algunos estereotipos» y aligerar la vestimenta formal en verano, eximiendo de usar la corbata o eliminando el forro de las chaquetas.
Esa relajación resulta cada vez más habitual en las empresas. Aporta dos ventajas: los trabajadores se sienten más cómodos, liberados del dogal de la corbata, y se modera el uso del aire acondicionado, con el recorte consiguiente en consumo de energía y contaminación. En Japón, el Gobierno promueve desde hace siete años la campaña 'Cool Biz', que anima a los funcionarios a desprenderse de su rígido uniforme de traje y corbata y optar por camisas de manga corta. Este año, las dificultades energéticas provocadas por la crisis de Fukushima han dado un empujón a esta iniciativa, rebautizada con un entusiasta 'Super Cool Biz' y ampliada hasta incluir en el vestuario autorizado los vaqueros, las camisas hawaianas, las camisetas y las zapatillas. Los 'uchiwa', coquetos abanicos tradicionales, también han irrumpido con fuerza en las oficinas. Eso sí, incluso estas refrescantes medidas tienen sus límites: no se admiten las chanclas, ni las camisetas de tirantes, ni los 'jeans' rotos. Un grupo de fabricantes y distribuidores de corbatas ya ha presentado una queja, con el argumento de que sus ventas se han desplomado un 35% desde 2005.
En España, una de las compañías pioneras en adoptar medidas de este tipo fue Acciona, dedicada a las infraestructuras y las energías renovables. «Se nos ocurrió que aligerar un poco la vestimenta permitiría mantener la temperatura un pelín más alta, a 25 grados. No vamos a venir en pantalones cortos, pero desde luego se permite prescindir de la corbata, que es lo que más te puede agobiar con el calor», explica Mariano Jiménez, su director de Servicios Generales e Inmuebles. En estos cuatro años, la campaña 'Ahorro, ropa informal y sostenibilidad' se ha convertido en una tradición de la empresa: los trabajadores pueden acudir en manga corta siempre que no tengan alguna cita importante, y muchos ya se han acostumbrado a guardar una corbata en el cajón de arriba de su mesa por si se presenta algún compromiso imprevisto. Los irreductibles de esta prenda, esos ejecutivos tradicionales que se sienten desnudos cuando llevan el gaznate suelto, son menos cada año. «En cuatro veranos, en nuestra sede social de Madrid, hemos ahorrado 67 ó 68 toneladas en emisiones de CO2», destaca Jiménez. ¿Y qué ocurrirá el 2 de septiembre, cuando concluya la campaña y los empleados tengan que enfundarse de nuevo en su segunda piel? «No resulta traumático: ya no hace tanto calor, la corbata molesta menos... No es como el final de las vacaciones».
Hombros cubiertos
El reverso feliz del trabajador encorbatado es el turista, ese sujeto envidiable que puede abandonarse hasta parecer un buen salvaje, siempre que no pretenda entrar en ciertos recintos. El caso más evidente son las iglesias: en España no resulta tan habitual como en Italia, pero hay templos que imponen ciertas restricciones en el atuendo -o, más bien, en la escasez de atuendo- para pasearse por su interior. El ejemplo clásico es la catedral de Barcelona, con sus señales en la entrada y sus grandes pañuelos tipo 'pashmina' para cubrir hombros desnudos, pero también en la Almudena de Madrid se requiere «decoro y respeto». En los museos suele funcionar la autocensura: «Nosotros no tenemos ninguna norma, pero en alguna ocasión ha entrado alguien descalzo y se le ha pedido que se calce, sin mayor problema. Desde luego, aquí viene muchísima gente en chancletas y bermudas», comentan en el Guggenheim de Bilbao. Los restaurantes de postín que exigen chaqueta y corbata, tanto en invierno como en lo más tórrido del verano, están cediendo ante la presión abrumadora de lo informal, pero algunos continúan aferrándose al tradicional requisito: «Vamos quedando pocos, pero aquí seguimos igual que siempre: ni ropa deportiva, ni vaqueros», explican en el Horcher madrileño. ¿Y qué hay de las señoras? «Las señoras vienen elegantes siempre».
Algunos locales se han visto en problemas por el deseo de mantener un cierto porte. La coctelería Boadas, un templo del buen beber en Barcelona, colocó en 2005 unos cartelitos que prohibían el acceso a los hombres en bermudas o camiseta de tirantes. Al principio, las autoridades municipales felicitaron a los propietarios por defender la buena imagen de la ciudad condal, pero después les obligaron a dar marcha atrás, al considerar que la medida era discriminatoria. «Estamos en las Ramblas y el 90% de los que pasan son extranjeros, la mayoría en pantalón corto. A veces se nos presentaba alguno recién llegado de la playa, con el bañador y la toalla al hombro», relata Pedro Cátedra, que lleva 33 años tras la barra del local y ahora comprueba atónito cómo el Congreso adopta normas similares y el propio Ayuntamiento de Barcelona implanta una rigurosa ordenanza para poner coto a los turistas semidesnudos. Este reglamento, que entró en vigor a finales de mayo, contempla sanciones de hasta 300 euros para los llamados 'torsonudistas', hombres que recorren la ciudad a pecho descubierto. Y que, tras guardarse la multa en el elástico del bañador, tendrán todo el derecho del mundo a entrar tal cual a tomarse un coctelito.