UNA DE ATANASIOS Y SOBREROS
Actualizado: GuardarIba a haber sido en principio una corrida de Ana María Bohórquez. Se anunció en su lugar una de Assunçao Coimbra. Tampoco pudo ser. A la tercera fue la vencida: una de atanasios de María Cascón, viuda de Luis Fraile, cuñada de los ganaderos de Valdefresno y El Puerto. De los seis toros sólo pasaron reconocimiento cinco. Dos de esos cinco fueron devueltos: por flojo el uno, por lastimarse el otro, que fue, quinto de sorteo, un monumental pavo de 600 kilos, salió a trote cochinero, escarbó, echó las manos por delante, pareció partirse en dos por el eje al tomar en serio el capote de Joselito Adame y estuvo a punto de rodar tronchado.
Se sentó solamente. Pero dos veces. Ya había asomado el pañuelo verde de la devolución cuando el toro se empleó en el caballo con estilo extraordinario. El piquero, el algabeño Raúl Arenas «Telera», que es músico y picador -oficios, por tanto, compatibles- tuvo el gesto generoso de sostenerlo a pelo sin herirlo, y se creció el toro. Sin hacer ni acto de presencia en el ruedo, ni asomarse siquiera, Florito hizo que los dos toros de Cascón volvieran envueltos a corrales en apenas medio minuto.
Y ese fue el milagro secreto de esta rara corrida que iba a ser una cosa, luego otra y acabó siendo otra muy distinta. Los cabestros autómatas pero dotados de irresistible poder de convicción; el genio virtuoso de Florito, que no es que no saliera a saludar, es que se limitó a ser la voz en off; el cupo de dos sobreros agotado, para satisfacción de curiosos y caprichosos, pues los corrales de las Ventas son insondables perdederos; y un buen toro de Javier Pérez Tabernero, que, con más poder del que tuvo y lidiado de partida con mejor criterio, habría servido bastante más y mejor la causa de Pepe Moral, que tampoco estuvo anunciado en el cartel primitivo y vino a colarse en el reformado.
Con su todo querer: no perdonar ni un quite pero sin rematar ni esbozar en serio ninguno tampoco, cierta facilidad natural, valor probado, la ambición, el hambre, la voluntad de ser y las prisas por serlo, aunque la prisa casara por paradoja con dos faenas abusivamente largas. Claro que no todos los días se encuentra uno en Madrid con un toro tan propicio como ése de Javier Pérez Tabernero, de imponente escaparate -veleto, casi paso, no descarado, sí armónico- y excelente fondo. El mismo tranco noble y pausado de cualquiera de los seis de la corrida del propio Javier jugada en Madrid hace dos semanas.
Ninguna gloria para los tres atanasios de Mary Fraile supervivientes de la segunda criba. Un primero cabezón, bizco y frío, que, vicio de manejo seguramente, se vino al cuerpo por la mano derecha y fue incorregiblemente gazapón. Un trasteo rutinario de Joselillo, que va a matar en Pamplona la de Dolores Aguirre -o sea, `la de Dolores Aguirre de Pamplona! Dentro de doce días. En corta distancia, cortos muletazos sin vuelo. La firmeza propia. Y un bajonazo terrible. El tercero se descompuso en seguida -no fue brillante la idea de Pepe Moral de abrir faena con el cambiado por la espalda y a la distancia- y no paró de arrear estopa, tarascadas, tornillazos. Una buena estocada de oficio. El cuarto, de ancha cuna, fue el más tratable de los tres. Siempre por fuera Joselillo: diminuta muleta y no cabían en ella ni el toro ni sus embestidas rebrincaditas, remolonas, regañadas.
El primer sobrero, un cinqueño de Domínguez Camacho, fue pronto, móvil, y descolgó pero se revolvía punteando, buscando y atizando a final de viaje. Toro encastado. En una réplica a Moral, Joselito Adame se atrevió con el quite de El Zapopán que El Juli puso en valor a la vuelta de su primera estancia larga en México. No terminó de dibujarlo Adame. No es tan sencillo. Marcada por una terrible voltereta, la faena fue de tobogán, con cambios de velocidad y altura constantes, cierta ceremonia y, desde luego, valerosa. Un pinchazo a paso de banderillas y una notable estocada a capón. Domina la suerte Adame. El sobrero de El Sierro sacó ritmo bueno pero no se tenía de pie. Desparramado tres o cuatro veces. Adame insistió porque vio, como todo el mundo, claro el toro. Hasta que se iba al suelo.