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China saca lustre a la hoz y el martillo
El Partido Comunista, que cumple 90 años, todavía goza de buena salud pese a que hace tiempo que enterró la figura de Mao Zedong
SHANGHAI. Actualizado: GuardarEl edificio todavía está en pie. A primera vista, este bloque de ladrillo gris, adornado con líneas rojizas que tampoco le dan un toque muy distintivo, no tiene nada especial que justifique su indulto por los gigantescos rascacielos de acero y cristal que lo rodean en Shanghai. Y mucho menos para que a la entrada haya una cola que da la vuelta a la manzana.
La razón hay que buscarla en una pequeña placa de piedra blanca con ideogramas dorados grabados en ella: aquí se celebró, entre el 23 y el 31 de julio de 1921, el Primer Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCCh). Por eso, la ciudad se ha engalanado con carteles conmemorativos de este 90 aniversario, que sirven de brutal anacronismo frente a los establecimientos de lujo que buscan darle un buen bocado al mercado más prometedor del planeta.
Que la meca del capitalismo chino alumbrase al Partido Comunista de ese país parece una contradicción. Pero la historia ha demostrado que China tiene especial habilidad para hacer que términos teóricamente opuestos vayan de la mano. Así que fue en Shanghai, la megalópolis que se debate siempre entre puta y perla, sin encontrar el término medio, donde, un día indeterminado de ese Primer Congreso, se fundó en la clandestinidad la entidad que gobierna sin fisuras el gigante asiático desde que hace 61 años intercaló el término Popular en su denominación de República de China. Como no se conoce el día exacto en el que los quince fundadores proclamaron el nacimiento de la nueva fuerza política, las autoridades han decidido que sea el 1 de julio cuando se celebre oficialmente una de las efemérides más importantes del país.
Al final de su primer año de vida, el PCCh contaba con 70 afiliados; hoy es la entidad política más nutrida del mundo con más de 80 millones de miembros, casi el 6% de la población más numerosa del planeta. El 32,4% tiene educación universitaria, una representación mucho mayor que en la sociedad, y el 23,7% no ha alcanzado los 35 años. Según las estadísticas oficiales, solo el 20,4% son mujeres. Sin duda, el PCCh no es una fiel representación social de China, pero nadie duda de su buena salud.
Planes quinquenales
Sin embargo, la hoz y el martillo que dan la bienvenida a nostálgicos y curiosos en la entrada del museo que albergó el primer congreso del Partido tienen poco sentido en la China del siglo XXI. Ni siquiera los jóvenes consultados por este periodista, hasta diez menores de 20 años, saben cuál es el significado de estas dos herramientas tan singulares. Tampoco son capaces de articular las diferencias entre su comunismo y el capitalismo de Estados Unidos. Dos sistemas teóricamente contrapuestos pero que, a ojos de los hijos únicos de China, no son tan diferentes. «América es rica, y China todavía es pobre», se lanza una joven que luego decide no dar su nombre.
«Allí tienen dos partidos», analiza mientras hace cola para entrar, convencido, Zhu Weihong. A la salida del museo, este estudiante de secundaria no tiene las ideas más claras. Sin embargo, no duda en mostrarse orgulloso de los logros del Partido, que son inseparables de los de China como país. «Mis abuelos vivían en la miseria. Nosotros tenemos muchas oportunidades», recalca. Solo el año pasado 32.000 personas fueron expulsadas del Partido para «preservar su pureza». La mejora de la calidad de vida es, también, el mayor éxito conseguido por el PCCh en sus 90 años de historia para el 35% de quienes han votado en una encuesta 'on line' del diario oficial 'China Daily'. Le siguen en popularidad la integración en la economía global y el desarrollo de la educación.
Sin duda, nadie en su sano juicio se atrevería a contradecir estos avances incontestables. Mucho menos quienes vivieron la Segunda Guerra Mundial, en la que los comunistas se ganaron el aprecio de la población con su lucha casi suicida contra los imperialistas japoneses, y la posterior guerra civil (1946-49), que terminó con Mao Zedong en el poder y con el Kuomintang recluido en Taiwán, la isla que los portugueses bautizaron como Formosa y que todavía hoy retiene la denominación oficial pre-comunista de República de China.
Doble reto
En aquel momento, la China continental estaba arrasada, y los comunistas se tuvieron que enfrentar a un reto doble: levantar la economía del país y hacerlo cambiando un modelo comunista en el que la importancia del individuo era nula y la de Mao Zedong, total. En 1953 el Gobierno dio comienzo a los planes quinquenales, que todavía marcan el rumbo y dictan las metas que ha de alcanzar el país. Comenzaron las revoluciones industrial y agraria con resultados modestos.
Y, entonces, el Gran Timonel, ahora definitivamente enterrado, tomó una de las decisiones más trágicas de la historia del país. Dio comienzo a la Revolución Cultural (1966-76), una radicalización del sistema que costó la vida de unos 30 millones de personas.
Hoy, después de haberse convertido en la segunda potencia mundial gracias al milagro eonómico, muchos son los que comienzan a preguntarse si no sería conveniente experimentar también con otro sistema importado, esta vez en el terreno político: la democracia.