Retrato armado de Carlos I de España y V de Alemania, obra de Juan Pantoja de la Cruz. El cuadro se exhibe en El Escorial.
Sociedad

De Carlos I a Paquirrín

Los ataques de gota se han democratizado. Si hace cinco siglos era una enfermedad de reyes y papas, por ella Kiko Rivera ha dejado su 'reality'. Los expertos dicen que se cura en una semana

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Mi pie ya no puede más, no puede aguantar tanto. El dolor me impide hacer muchas cosas, como irme de excursión o esforzarme en las pruebas. Son muchas noches de humedad y de lluvia que me sienta mal. El pie me duele todos los días y, de verdad, ya no puedo seguir». Con esa confesión, acompañada de carita de pena, Kiko Rivera se despedía hace diez días del programa 'Supervivientes' y abandonaba Honduras, el escenario del 'reality' de Telecinco.

El hijo de Isabel Pantoja sufre un ataque de gota, enfermedad hereditaria en su caso (la padeció su abuelo), pero favorecida por un estilo de vida desahogado y por un ostensible sobrepeso. Su comadre y compañera de concurso, Rosa Benito, describía su sufrimiento de esta guisa: «Ha pasado unas noches terribles. No podíamos ni tocarle para darle un masaje. Además, tiene las dos piernas con unos ronchones tremendos».

Kiko Rivera cumplió en febrero 26 años y ya ha tenido varios achaques. La reumatóloga Mercedes Jiménez Palop no pudo aguantar la sonrisa cuando hace unos días se encontró en la tele con lo que llama «toda una sorpresa». Al recordarlo, suelta otra carcajada. «No me río, desde luego, por su enfermedad, sino porque esa noticia, de la que me enteré haciendo 'zapping', me parece increíble. ¿Cómo es posible que una persona joven, de su edad, pueda tener un problema tan gordo como ese e interrumpir una aventura con lo fácil que es resolverlo?».

Al parecer no era tan fácil. Los médicos le pusieron en tratamiento pero tal vez no disponían de los fármacos adecuados o quizá utilizó su enfermedad como excusa perfecta para largarse de la isla, algo que, por supuesto, no nos compete dilucidar: que Hipócrates, el primer galeno que describió la gota, nos libre de tal tentación.

El caso es que a Rivera le pasó lo que ocurre, nada más y nada menos, que a dos de cada cien españoles: acumulan un exceso de ácido úrico en la sangre, -por encima de 6 miligramos- que los riñones no son capaces de eliminar y que acaba por cristalizar y concentrarse en las articulaciones, preferentemente en el dedo gordo del pie, en forma de bultos o tofos (depósitos de ese ácido) y de inflamación y rojez de la zona afectada. No se asusten, no todos los que conviven con un ácido úrico subidito de tono desarrollan la enfermedad. Ayuda la obesidad, la hipertensión, el colesterol o la diabates, entre otros factores.

Gritos estremecedores

Y miren por dónde, la Historia con mayúsculas nos ofrece ahora un simpático guiño. Kiko Rivera Pantoja, sin rastro de sangre azul, nos trae a la memoria aquellos insoportables padecimientos regios de Carlos I de España y V de Alemania, o de su vástago Felipe II. Hijo de Juana La Loca, que de loca tenía poco, y de Felipe el Hermoso, que de bello solo conservó el piropo que le brindó Luis XII de Francia, el rey Carlos I se quejaba con harta frecuencia de esa gota que era «capaz de arrancarle los alaridos más terroríficos, hasta el punto de oír sus espeluznantes gritos en las habitaciones que se encontraban debajo de las suyas. Cuando empeoraban sus ataques, se le hinchaba la lengua, escupía flemas viscosas y se le atrofiaba el paladar, y las recetas supuestamente curativas de los médicos no contribuían a una mejoría, como tampoco su desmedido amor a la comida», describen algunas de sus biografías. A Felipe II, a quien la gota le tuvo postrado en cama los últimos diez años de su vida, la artrosis que le provocaba llegó a inmovilizarle la mano e impedirle firmar documentos. Alguien lo haría por él.

En la Edad Media a la gota se la llamaba la 'enfermedad de reyes' (después se supo que también de pontífices), ya que solo unos pocos privilegiados podían zamparse esos manjares de sabrosas carnes y mariscos que los súbditos olían y ni siquiera soñaban con catar. Cinco siglos después -aunque señales de esta patología se han encontrado en momias de hasta 4.000 años de antigüedad- la gota no solo no se ha erradicado del planeta sino que se ha colado entre los hogares de la sociedad occidental por la puerta grande. No es raro escuchar a algún conocido o vecino contar su experiencia o verle llegar al trabajo con muleta y zapatilla. La cosa no tiene gracia, ni para quienes lo sufren ni para quienes la curan. La reumatóloga Mercedes Jiménez afirma que es «raro el día que no llega alguien al hospital con una ataque de gota». La doctora coordina el área de esta enfermedad dentro del Depatamento de Reumatología del Hospital Puerta de Hierro de Madrid.

Jiménez cuenta con una dilatada experiencia, pero aún no se ha acostumbrado a que los pacientes se despreocupen de su salud hasta que el dolor les desborde y que luego olviden los achaques y la recomendación de llevar una dieta más sana. «Al cabo de un tiempo vuelven de nuevo con otro ataque y así, cada vez con más frecuencia y de mayor duración» hasta que llega a convertirse en artitris crónica. Lo curioso es que es el único tipo de artritis que tiene «un tratamiento totalmente curativo», responde con contudencia.

A pesar de advertencias, curas y campañas para mejorar los hábitos alimenticios, la prevalencia de la enfermedad aumenta y se sitúa ya entre el 1%-3% de la población, un índice que Jiménez considera muy elevado, más si lo comparamos con el 0,5% de prevalencia en la población española de la artritis reumatoide.

Cierto que la gota tiene un alto componente genético que sobrepasa el 30% de los casos, pero también lo es el estilo de vida. Entre los 40 y 50 años los hombres entran en el grupo de alto riesgo. También puede afectar a las mujeres, pero cuando llega la menopausia y disminuyen los estrógenos y sus efectos protectores. Hipócrates no lo supo explicar pero sí concluyó que los eunucos nunca padecían de gota ni se quedaban calvos, por lo mismo que la mujer no la sufre hasta que deja de menstruar.