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Tienen motivo y es loable que después de tres años de inac-ción y silencio (o de rezongar en casa), miles de personas hayan salido

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Que a estas alturas algunos sigan ridiculizando al movi-miento que ha dado en invocar como marca distintiva el 15-M, también conocido como de los indignados, resulta tan miope como la actitud de quienes consideran que rotulando tres carto-nes, repitiendo tres eslóganes ingeniosos y acampando al aire li-bre, con la complicidad del buen tiempo, se puede imprimir al rumbo del país ese giro que no podemos postergar más.

Tienen motivo y es loable que después de tres años de inac-ción y silencio (o de rezongar en casa), miles de personas hayan salido a la calle a pedir a gritos esas cosas razonables que, con una praxis perversa, algunos se han empeñado en que conside-remos ingenuas y/o disparatadas. Por poner dos ejemplos, que las decisiones públicas dejen de tomarse para proteger a una fracción ínfima de la población, a costa de hacer picadillo a tan-tos, o que, yendo a algo concreto, deje de gastarse un dineral en pagarles a los miembros amortizados de los partidos el sesteo en esa institución superflua y dilatoria llamada Senado. Quienes rechazan propuestas tales con el socorrido reparo representado por el adjetivo "imposible", acreditan su supina ig-norancia de algo esencial: hoy convivimos, con toda normalidad, con cosas que un día algunos, o todos, consideraron imposibles. Muchas de esas cosas son, justamente, las que más nos satisfa-cen. Y están aquí porque un número suficiente de negadores de su imposibilidad luchó para que las tuviéramos.

La cuestión, llegados a este punto, es si el 15-M, o lo que es lo mismo, quienes lo sienten e impulsan, se van a conformar con el papel de Pepito Grillo y con el gesto enfurruñado del disidente frente a las porras de los policías. Oponerse a lo establecido es una actitud tan digna, al principio, como confortable cuando quien la sustenta se instala en ella y renuncia a pasar de ahí. La verdadera y legítima indignación debe aspirar a movilizar la sociedad, o por expresarlo gráficamente, a estar detrás y no frente a los escudos de los defensores del poder público.

Se vienen encima unas elecciones. Como muy tarde, en marzo de 2012. Es verdad que mucha gente no acude a votar o vota desganada porque nadie le representa. Puede dejarse correr el tiempo para que en la próxima cita con las urnas toda esta gente vuelva encontrarse con el vacío. O trabajar para que en esa cita haya otras opciones. Nuevas y autónomas, o asumidas por los que ya están ahí, si se avienen a recapacitar y trabajar por los cambios necesarios. Tampoco esto es imposible, ni sería sensato descartar que uno o varios de los partidos actuales tomen conciencia del malestar y se apliquen a reducirlo. Después de indignarse, hay que encargarse. Si el 15-M lo-gra recorrer el trecho que media entre ambas reacciones, podrá hacer Historia. Si no, quedará en primaveral anécdota.