Los magos del péndulo Con destreza, sabiduría y utensilios de olivo o metal, radiestesistas y zahoríes buscan agua y captan energías positivas para mejorar la vida de las personas. ¿Pseudocientíficos? Puede ser, pero los contratan
Actualizado: GuardarDon, sensibilidad, talento, aprendizaje, magia, instinto? ¿El zahorí nace o se hace? La pregunta es tan vieja como el vocablo que da contenido al oficio y la respuesta, nada fácil, a pesar de que esta profesión o afición se practique desde hace 5.000 años. Quizás todos esos ingredientes se mezclen e interconecten en las personas capaces de detectar agua en el subsuelo, las vetas que se cruzan, el punto exacto de perforación, los metros a cavar. E incluso si el elemento que brota es dulce o salobre. Y tal vez todos ellos configuren el buen cóctel de aciertos que cosechan los radiestesistas, esos zahoríes que van más allá y ahondan en las fuerzas telúricas, destripan radiaciones varias, buscan cuerpos desaparecidos o determinan los lugares donde el ser humano puede beneficiarse de energías cósmicas positivas.
¿Pseudocientíficos? Puede ser. Pero los contratan. Eso es incontestable. Para buscar agua o para examinar la disposición de las mesas en una oficina, como han hecho los funcionarios del departamento vasco de Industria, alarmados por el incremento de casos de cáncer entre los compañeros.
El zahorí que inspeccionó la zona prefiere no hablar. Se sabe que cogió el péndulo, lo paseó por la quinta planta del edificio Lakua I de Vitoria-Gasteiz, analizó los campos electromagnéticos y aconsejó cambiar la ubicación de las mesas para mejorar el bienestar de quienes en ellas se sientan. Y vale. A sus 80 años, y con muchos de experiencia y éxitos, no está para debates kafkianos, contrarrestar suspicacias o rebatir las teorías (doctores tiene la medicina) que achacan los tumores a la media de edad alta de los empleados públicos.
El radiestesista riojano Jesús Pascual, que de eso entiende mucho, calla y otorga. Ha experimentado en su propia carne la desconfianza que genera una afición a la que ha dedicado toda su vida. «Ayudar a la gente y ver que se sienten bien es mi gran recompensa», afirma. Jesús lleva a cuestas su modestia con la misma naturalidad con la que carga con su instrumental de varillas y péndulos, una bolsita infalible que le ayuda a sacar a la luz las fuerzas ocultas. Con ella viaja allá donde le reclaman. En La Rioja, Aragón, País Vasco, Soria, Burgos, Navarra o Murcia, por citar algunos lugares, muchas fincas dan fe de su frescura o del agua que beben los animales que en ellas pacen gracias a la destreza y concentración de Jesús. La empresa riojana Perforaciones Plácido Merino S. L. le tiene prácticamente en 'nómina'. Ha señalizado más de 160 pozos para esta sociedad familiar. «Acierta en el 85%-90% de los casos y, además calcula la profundidad», asegura su contratador, Antonio Merino, hijo del ya difunto Plácido, a la postre también zahorí. Y lo de la profundidad no es cosa baladí. Tener un pozo en una parcela o una piscina en un chalé merecerá la pena en función de los metros que haya que excavar. Merino echa las cuentas. A 60 euros cada metro, más otros 35 que cuesta la camisa de acero que se incorpora, más los 100 ó 120 que cobra el zahorí, una perforación de 80 metros puede costar unos 5.000 euros. Y se ha de correr el riesgo de que no haya agua, de que se encuentre una veta por donde pasa solo en invierno pero no en verano o una capa rocosa que exige variar la trayectoria de la perforación. Accidentes que algunos zahoríes son capaces de captar y otros, no. Lo que sí comparten todos es la discreción sobre los emolumentos que se embolsan que, en cualquier caso, solo sirven para complementar los salarios de sus profesiones.
Los geólogos ayudan
En Andalucía, la fama se la lleva Juan Muñoz, a quien llaman Juan de Cote, en alusión al castillo de Montellano (Sevilla). Desde esta localidad de poco más de 7.000 habitantes, este zahorí hace de intermediario entre particulares que necesitan agua y empresas perforadoras de Málaga y Sevilla. Acredita 30 años de experiencia y también elabora sus propios instrumentos. «Me he gastado el dinero para hacer mis varillas de cobre, de hierro, la hoja de vareta, los péndulos...». Juan exige el pago del desplazamiento (gasolina y comida) más 100 euros. «Si el señor que me solicita tiene una tierra pequeña, no se le puede cobrar mucho. Depende luego de si el agua brota con fuerza, depende de la que salga. Suelo trabajar al costo y depende, porque a veces la cosa se pone difícil...», explica, con locuacidad, quien mira con mimo los olivos, trigales y girasoles que acaba de dejar a los hijos, recién cumplidos los 65 años.
Lo corrobora Pepe González, de la empresa Pozos y Perforaciones González, que precisa algo más. «Hay gente a la que su oficio se le da muy bien, pero claro, si acertaran al cien por cien serían millonarios. Solemos pagar 50 euros o 100, acierten o no». González no solo cuenta con Juan de Cote, sino con un geólogo «que trabaja conmigo por un porcentaje». Explica que zahorí y geólogo no son excluyentes, sino complementarios. El primero marca el punto exacto donde puede salir el agua, el segundo sabe la composición de la tierra, las capas freáticas. Ambos se ayudan.
En tierras salmantinas, quien se ha llevado el gato al agua durante varias décadas ha sido Luis Gómez, ya retirado, que a lo largo de su experiencia ha detectado un centenar de sondeos, aunque haya señalado muchas más veces la existencia de manantiales subtérraneos, solo que en ocasiones «no se hace el sondeo porque resulta muy caro». Cuando este vecino de la localidad de Zamarra cuenta su experiencia, se emociona hasta el punto de que parece sentirse inundado por un gran chorro. «No te imaginas lo que supone ver salir el agua a borbotones. Lo más maravilloso que la naturaleza puede dar al ser humano es la sensibilidad a las radiaciones electromagnéticas». Él las sintió cuando estaba en la mili y observó que al pisar por determinadas zonas sentía calambres en todo el cuerpo.
Ahí empezó su afición. Después, como todos, el interés lleva a querer saber más, a estudiar, indagar e intercambiar experiencias con otros radiestesistas. Y, sobre todo, a practicar. Juan de Cote lo compara con aprender a conducir. «Primero lo haces mal, no te aclaras, confundes mandos y pedales, pero al final, lo acabas haciendo de forma automática».
No todo son rosas en este oficio prehistórico. Los tiempos cambian y los sistemas de regadío y embalses van dejando sin trabajo a unos altruistas transmisores de la sabiduría rural popular. Además, un pozo artesiano exige muchos papeleos para conseguir la licencia administrativa. Por eso utilizan su filosofía y maña para escarbar en otras aplicaciones en pos del bienestar de las personas. Los radiestesistas se tocan la mano con los instruidos en las técnicas chinas del feng shui, enseñanza que aúna filosofía y ciencia natural para conseguir ambientes domésticos equilibrados que se aprovechan de las energías positivas en función de la distribución de los muebles, los colores de la pintura o la orientación de las habitaciones.
Jesús Pascual sentencia: «Si a mí no me gusta la orientación de un piso, por muy caro y lujoso que sea, no lo quiero ni regalado, nunca viviría en él, eso sí lo puedo asegurar».