Universitarios al exilio
Actualizado: GuardarEsto de la paternidad, como lo de ser político (o ser enseñante, diga lo que diga el candidato Rubalcaba) no se estudia en los papeles, ojalá, sino que te lo va imponiendo la vida, llevándote de sorpresa en sorpresa, abriéndote los ojos a los cambios continuos del mundo y dejándote de piedra al comprobar cómo la experiencia propia no puede equipararse con la de tus hijos.
No es que esté divagando: es que me pasé el sábado buscando residencias universitarias para mi hijo mayor, que está empeñado en estudiar en Sevilla. Y, puñaladas económicas aparte, y calor a un lado, ando filosofando desde entonces en lo distinta que va a ser su experiencia a la que fue la mía y la de mis compañeros de batallita: con cuánta alegría acogimos que por fin nuestra Universidad tuviera nombre propio, titulaciones a la mano, facultades y edificios que nos permitían estudiar un puñado más de carreras sin tener que añorar desde lejos las tortillas y los pucheros de casa. y hasta hacer novillos e irnos al cine o a tomar churros en la Plaza.
Camina uno por la tarde de sábado sevillana, donde todo está abierto y a la caza, y se frustra una vez más por lo poco que hemos dado a valer lo que es nuestro, y lo poco que seguimos dando a valer lo que tenemos. Independientemente de que las carreras universitarias que quieran cursar nuestros hijos estén o no disponibles en la UCA, qué error, qué metedura de pata, qué poca visión de futuro tuvieron, y tuvimos, cuando por esas cosas del anticentralismo mal entendido (¿por qué en las poblaciones de provincias se dice siempre que se es de la capital. menos en Cádiz?) troceamos y los alejamos de nuestra ciudad, instalándolos en un paisaje que lo mismo es bello e invita al estudio, pero que tiene la misma personalidad distintiva que una autopista.
Hemos perdido, y ni nos importa, la posibilidad de convertir Cádiz en ciudad universitaria. Hemos perdido el trasiego de libros y de actos. Y hemos perdido todo lo que una ciudad universitaria en condiciones óptimas trae consigo: las librerías, las residencias, los comedores, los colegios mayores.
No vimos hace treinta y pico años que sacar el campus nos hacía dar el primer paso para ser una ciudad para viejos, una ciudad sin sangre ni debate, sin comercio de culturas y de vocaciones. ¿Qué voz se alzó entonces en contra de aquel expolio? Sólo la de Fernando Quiñones, que yo recuerde. Una demostración más de que los poetas tienen las cosas más claras que nuestros universitarios, nuestros políticos, nuestros comerciantes. Gaudeamus igitur. en otros sitios.