Ciudadanos

«Por la ventana era como si entrara el infierno»

Los nervios, el miedo y la incertidumbre protagonizaron las cientos de historias que se agolpaban en la calle, tantas como afectados

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Era como si hubiera entrado el infierno», recordaba ayer Manuel de la Haz, sentado junto a su señora en silla de ruedas, en plena calle Brasil, sanos y salvos. A pesar de ser ya «nonagenario», como reza su tarjeta de visita, y de tener que valerse de un bastón para andar, Manuel no dudó en actuar cuando sintió que el humo entraba en su casa, en la segunda planta del edificio incendiado. Lo primero, por supuesto, fue atender a su esposa: «Le coloqué una toalla mojada en la cara, yo cogí un pañuelo, y me lancé al pasillo».

Allí se cruzó con Domingo Sánchez, un joven policía nacional que también vive en la segunda planta del edificio. Como tantas otras historias que ayer se agolpaban a los pies y en la azotea del edificio (tantas como vecinos afectados), la mañana de Domingo también comenzó con un «extraño olor a quemado». Aún estaba acostado, y la peste a chamusquina le despertó. «Me puse lo primero que vi y me asomé a la puerta», recordaba el joven, pero el pasillo estaba ya tomado por el humo. «¡Auxilio, auxilio!», es lo único que oyó, y al acercarse a los gritos vio a Manuel y a su esposa en silla de ruedas. «Llamé a mis compañeros de la Policía, pero ya estaban aquí, había sirenas en la calle; en la escalera no se podía respirar, así que me puse la camiseta en la cara y ayudamos a la mujer en silla de ruedas a bajar». No se quedó ahí, cuando Manuel y su mujer estuvieron a salvo, Domingo volvió al edificio a por más vecinos, para ayudar a sus compañeros de la Policía.

Mientras todo esto ocurría, en la planta décima María José Vázquez saltaba a la terraza del hotel Tryp Caleta a través de una escalera junto a otros vecinos. «Tenía los pintores en casa, y uno vino gritando: ¡Fuego, fuego, fuego!, a partir de ahí salimos de la casa. No podíamos bajar por las escaleras, porque había mucho humo, así que retrocedimos a la casa; entonces sentimos que los bomeros nos decían que saliéramos a la planta de abajo y así fuimos hasta el hotel», relataba esta mujer, mientras contemplaba desde el paseo marítimo cómo el humo ascendía por la fachada del edificio hasta su última planta. Ya tranquila por su situación, solo le quedaba preocuparse por el toldo de su balcón: «Lo coloqué antes de ayer, pero estando nosotros bien, es lo de menos». «Mi perro, no sé qué ha sido de mi perro», se lamentaban, en cambio, dos personas a los que el aviso les sorprendió en la calle y por tanto, no pudieron subir a por sus mascotas». Junto a ellos, otra familia lanzaba gritos de desesperación y unaseñora lloraba desconsolada: en el piso noveno, su pariente se negaba a entrar en la vivienda y, con una toalla en la cara, se empeñaba en asomarse al balcón mientras la humareda subía. «¡Entra para dentro!», le gritaba un joven desde el paseo marítimo. Pero ni caso. Por fin, unos bomberos y la policía lograron convencerlo.

Timoteo Crespo no pudo ver los daños del edificio hasta que lo evacuaron a última hora de la mañana. Él y su mujer, inquilinos del 12 H, eran de los 40 vecinos que permanecieron en la azotea durante tres horas. «Hemos estado todo el tiempo muy bien atentidos, hubo momentos en que estuvimos nerviosos, pero hemos estado bien, relativamente», explicaba.

Junto a él fueron evacuados todo tipo de personas, desde mayores, algunos impedidos que tuvieron que ser bajados en sillas especiales, pero también algunos jóvenes. Entre ellos, Liu y Chin, una pareja de origen chino (del octavo piso) a los que ni siquiera les dio tiempo a vestirse. Él, de hecho, apenas llevaba unas chanclas y un bañador: «Dormíamos y olimos el humo. Se cayó el sol, como la noche», intentaba explica ayer. A pesar del susto y de los nervios, cuando todo había pasado, solo supo calificar lo ocurrido de «experienciamuy interesante».

«Arriba nos han ido informando, nos han dado agua, hasta que hemos podido bajar», explicaba por su parte Elena Martínez, otra de las vecinas que permanecieron en la azotea del edificio junto a su perro. En su caso, llegó a bajar del séptimo hasta la segunda planta, pero el espeso humo bloqueaba ya la salida. «El miedo y el humo era como para salir corriendo», explicaba. Con Elena subió hasta la última planta Manuela Rodríguez, una mujer de 84 años, a la que pilló el incendio por casualidad. «Iba a ver a mi marido al hospital, pero me entretuve un poco en casa», recordaba. Sin embargo, su tardanza fue casi providencial, según ella: «No me cogió en el ascensor de milagro. Vi una nube enorme, así que salí al pasillo: subían chicos que decían, para arriba, para arriba y yo me iba para abajo, a la boca del peligro, así que todos fuimos a la azotea».

«¡Arriba, arriba!», le gritaban también los vecinos a Juan Manzano, de la cuarta planta. «Yo sin embargo, aguanté en mi casa, porque no llegaba tanto humo, puse un albornoz en la puerta y me asomé a la ventana», recordaba ayer. Juan reconoce que llegó a plantearse saltar hasta la cornisa de la vivienda de al lado. «Son solo 60 centímetros», calculaba. Pero por suerte, cambió de idea, pues como él mismo admitió: «Uno no tiene ya edad para eso». Finalmente, los bomberos lo rescataron con una grúa, y ayer podía contarlo, mientras le atendían en la calle, sentado junto a Manuel de la Haz y su esposa. «El susto no te lo quita nadie».