Abellán fue corneado por su primer astado. :: EFE
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Abellán, herido en la boca por su primero en Las Ventas

El pronóstico del torero tras ser operado en la enfermería era de «reservado» a la espera de practicársele las oportunas radiografías

MADRID. Actualizado: Guardar
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Vino tropezado el negocio: solo cuatro de los seis toros de La Palmosilla pasaron reconocimiento y el primero de los dos de Camacho que completaban corrida, serio pavo agarrado al piso, parado y probón, le pegó a Miguel Abellán en un segundo intento con la espada un brutal porrazo en la boca. Al sentir el filo del estoque, el toro derrotó con la violencia del manso. Abellán se dolió de la cogida, vino tambaleándose hasta un burladero y allí cayó desvanecido. El toro no le había gustado ni a Miguel ni a nadie. Negro girón, de gran culata: la estirpe Villamarta y no la Rincón, que son las dos sangres reunidas en el encaste Núñez. El Fandi despachó de un descabello certero.

Luego, corridos los turnos por el percance, se jugaron seguidos tres toros de La Palmosilla. El cuarto de la tarde, que era quinto de sorteo, fue francamente bueno. Ligeramente ensillado, pero las hechuras mejores de la procedencia Juan Pedro. De pata negra. Serio pero cómodo de cara. Encornadura descolgada, pitones engatillados y un punto abrochados. 570 kilos pero parecían ligera carga por bien repartidos y porque el toro galopó nada más asomar, descolgó en el primer viaje a engaño, repitió con codicia y ya no dejó de hacer cosas de bravo y de bueno. Pelear en el caballo con entrega, galopar como pocos en banderillas, respirar con el temperamento justo que lleva en un toro el temple al límite. No había manera de taparse. Pero El Fandi, conformista, le dio al toro trato convencional: muy montada la muleta en la ayuda y por eso sin vuelo ni para tocar siquiera.

Daniel Luque le pegó al toro de la bronca media docena de muletazos exquisitos y al único toro de La Palmosilla que puso matar también. Sólo que este tercero de corrida, notable por la fijeza, la bondad, la manera de humillar y hasta el celo de bravo, estuvo justo de fuerzas y, entonces, la codicia fue un problema. Una estocada a paso de banderillas muy defectuosa.