EL NUEVO MAPA MUNICIPAL
Actualizado: GuardarCon la constitución de los ayuntamientos, ayer sábado, se asienta la ola del tsunami político que llegó el 22-M a la vida pública gaditana, como a la española en general, y que ha dejado casi irreconocible el mapa del poder. Si ya las urnas situaron al PSOE en el nivel más bajo de la historia de la democracia, con el abandono de un tercio de sus votantes, los pactos postelectorales terminaron de redondear su tragedia. Ha sido como una segunda derrota.
La negativa de IU a apoyar las mayorías minoritarias socialistas para dar respaldo al PP coloca a la coalición en un papel difícil de conciliar con sus declaraciones de intenciones previas. Sólo puede atribuirse a una estrategia calculada de intentar laminar al partido que creen hundido para ocupar su espacio electoral, aunque sea a costa de premiar las políticas conservadoras que, en principio, querrían combatir. Con todo, el PSOE se ha labrado su propia desgracia, no ya por la aplicación de recetas neoliberales, que es la excusa de IU, sino por años de práctica prepotente, que ha abonado el terreno para el frente de "odio anti-PSOE", en palabras de los propios líderes socialistas. Tendrán éstos que reflexionar si no se lo han ganado a pulso y decidir qué van a hacer a partir de ahora para enmendarlo. La preocupación por una ruptura interna que les deje convertidos en un partido irrelevante, como en Italia, o sin cabeza visible, como el Partido Socialista Francés, es común en todos los sectores. Queda por ver si son capaces de poner por delante la propia supervivencia y cómo lo hacen.
En este panorama de mercadeo, de intercambio de apoyos entre pueblos y partidos, el PA ha jugado con habilidad y sacado rendimiento, como de costumbre, pero sobre todo lo ha hecho el PP, que a su victoria contundente del domingo 22 ha sumado prácticamente todos los pactos que podía conseguir, a costa de dejar en el olvido su repetida propuesta preelectoral de un acuerdo para que gobierne la lista más votada. Pero los populares están ahora en estado de gracia, preparados para ocupar las alcaldías y la Diputación y ocupados en administrar -esperemos que con gallardía y sin 'vendettas'- una gran victoria que, en buena medida, es un regalo envenenado: reciben ayuntamientos prácticamente en quiebra, que no pagan a sus proveedores, con lo que arrastran a millares de pequeñas y medianas empresas al cierre; que difícilmente abonan sus nóminas, pero que deben seguir prestando servicio a los ciudadanos como hasta ahora. Mientras se reclama un plan de rescate municipal, nada será viable sin una profunda transformación estructural. Esa es la verdadera tarea: conseguir ayuntamientos dimensionados y eficaces, que gasten según ingresen y que sean capaces incluso, como la administración más próxima al ciudadano, de devolver la ilusión y la confianza en la política como empresa colectiva.
Queda desear juego limpio en el traspaso de poderes y suerte y buen trabajo a los nuevos gobiernos y, también, a sus leales oposiciones.