EL TAMBORIL

CAMINO DE ESPERANZA

Una vez terminada la peregrinación hasta la Aldea del Rocío, es tiempo de hacer reflexiones sobre lo vivido en el Coto

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La hermandad de Jerez está viva. Esa es la primera reflexión que se viene a la mente cuando acabamos de dejar Doñana atrás para encontrarnos con la Blanca Paloma. Una hermandad que venía envuelta en profundas divisiones internas, que afronta unas elecciones a las que se presenta Camacho no ya como candidato, sino como salvador de una situación que ya se tornaba en insostenible. Y no por el trabajo de la junta de gobierno, que a buen seguro se ha esforzado al máximo por llevar a buen puerto la hermandad, sino porque muchas veces, dos más dos no son cuatro, y hay que saber interpretarlo, adaptarse a lo que la sociedad demanda de ti, a lo que tus hermanos te solicitan... Ha faltado empuje, unión. Han sobrado otras cosas...

Del Coto hay que quedarse con tantas cosas que resumirla parece imposible. Magnífica la convivencia en una corporación que acudía mermada de efectivos, pero que respondió a las expectativas creadas con antelación. La noche de Marismillas fue, sencillamente, única. Imposible de explicar si no se estuvo allí. Un corro delante del simpecado, un par de guitarras y voces rotas y rasgadas turnándose para alabar a la Virgen Santísima, Madre de Dios. Horas y horas frente al simpecado, sin prisas, sin repetir letras... Faltaba la candela, pero se improvisaba con velas frente al simpecado, las mismas que durante el rosario se pusieron para iluminar la carreta. Rosarios por cierto participativos, especialmente el organizado por los peregrinos, pero con escasa presencia de romeros.

Mención aparte merecen los peregrinos. Cansados, pero son el corazón que late de la expedición jerezana. Curiosamente, ellos no están cansados para asistir a las doce de la noche al rosario, o a las doce de la mañana al Angelus, o a las diez a la eucaristía. Ellos, sencillamente, están, porque está la Virgen. Y quizá sería bueno que el resto de la comitiva aprendiera esos sencillos valores, y compusiera una escala de valores real que le diera más sentido a la romería, que la alejara de las macrofiestas alejada del simpecado y la acercara a la reflexión profunda a golpe de guitarra en el simpecado.

La belleza del Coto es incomparable, y merece la pena decir que Jerez es afortunada de poder atravesarlo. Pero el embarque de la hermandad es para pensarse en volver, esa es la verdad. Tratado en muchos casos como ganado, los romeros jerezanos tuvieron que separarse del grupo en el que iban para poder embarcar, provocando situaciones desagradables como matrimonios embarcando en distintas barcazas y buscándose en la playa de Malandar. Una medida exagerada e innecesaria, en todo caso.

Rengues ha habido, y de diferentes tipos. Desde los tranquilos y emotivos en el mirador de Doñana, hasta los más comentados, como el de Carboneras con los Romeritos en el Cerro del Trigo. Absolutamente espectacular el ambiente, y el paso del simpecado por la reunión, donde se detuvo cerca de una hora para que los rocieros le cantaran. Una fiesta a la que todo Jerez estuvo invitado, y sin duda el rengue más multitudinario de cuantos hubo. Ojalá sirvan para unir a la hermandad buscando su próximo futuro.