DERROTADOS POR LA VIDA
Actualizado: GuardarIam Malcom, el matemático de 'Jurasicc Park', fue el que dio con la tecla. Sí. En la primera entrega, recuerden, cuando aquellos velociraptores jugaban al contra con los insoportables nietos de John Hammond, dijo -bueno, fue Michael Crichton el que se lo hizo decir- lo de «la vida se abre camino». Y tan cierto es que no nos queda otra que rendirnos ante la evidencia de una vida que se va abriendo camino por donde nosotros hemos ido fabricando compuertas, que se va deslizando por donde nos empeñamos en construir escalones. La vida consiste en eso, nosotros encerramos dinosaurios en un parque, creyendo que todo el poder y la gloria son nuestros, y de pronto, caemos en la cuenta de que los observados somos nosotros, de que la única carne que sale a subasta es la nuestra y cuando estamos a punto de caer en las garras del Tiranosaurio Rex, caemos en la cuenta de que, efectivamente, es la vida la que se abre camino y nos derrota. Derrotado por la vida, decía esta semana Juan Marsé que imaginaba a su Pijoaparte, símbolo de toda una generación que, a mediados del siglo pasado, reclamaba el pan y la sal a una sociedad corrupta. Igual que imaginamos a los perroflauta del 15M que puestos a imaginar, habían imaginado a su dinosaurio desafiando las vallas electrificadas de este parque jurásico y que han terminado por recoger sus bártulos y meterlos de nuevo en la mochila de las decepciones, contentándose con ir de peregrinos en este nuevo camino, contentándose con una manifestación el próximo domingo centrada ya en la lucha contra las reformas laborales y las pensiones, contra la ley electoral y la hipotecaria, algo tan políticamente correcto como para que pase desapercibido. ¿Dónde habéis perdido todas las ilusiones? Es lo que tiene la vida, que se abre camino, aunque sea un camino a la perdición.
Hoy, por fin, se constituirán los Ayuntamientos respetando -o no- las reglas de ese juego de azar que habíamos decidido llamar democracia. Frente a ellos se sentarán esta mañana los indignados, cansados tal vez de interpretar el ingenuo papel de Alan Grant investigando bichos extinguidos de la faz de la tierra, tirando por tierra todas las teorías y esperando otros tiempos que no sean tan malos para la lírica. «Sol ya lo tenemos -decían los indignados en Madrid-. Ahora vamos a por la luna». Una luna que muestra siempre la misma cara pero que tiene oculta la otra, la de repuesto, la de por si acaso. La cara que estamos viendo en muchos Ayuntamientos, en muchas Diputaciones, en mucho mundo traidor donde -ya lo advertía Calderón- todo es del color con que se mira. Yo siempre fui de derechas, o de centro, o de arriba o de abajo. Renovarse o morir, lo llaman, pero no es más que la vida abriéndose camino entre los dinosaurios.
Toca un fin de ciclo. Suenan las últimas notas de una sinfonía que nos hemos aprendido de memoria. Cambian los actores, aunque no cambie el decorado. El más débil de los candidatos a rector en la UCA se hace con más del cincuenta por ciento de los votos. Se habla de inexperiencia, pero también de ilusión, de «caras nuevas» -también decían eso de Zapatero, ¡qué horror!-. Es hora de salir pitando y dejar la isla, que estos dinosaurios se han vuelto completamente locos.
Tan locos como los romanos de Astérix, tan locos como la exmujer de Amancio Ortega que va por ahí diciendo que ella también está indignada. Tanto como Clara Aguilera que ha vuelto a la carga con el pepino y con una frase de las de enmarcar: «Se acabó el mito alemán, para nada son perfectos». Tanto como el pianista-ministro de Costa Rica, Manuel Obregón, inaugurando la sala Florencio del Castillo con su piano malango. Tanto como el Nobel de Literatura haciendo el camino del Rocío con la Hermandad de Sanlúcar. Tanto como el ministro de Cultura pidiendo explicaciones por el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia. Lo siento. Me rindo. También estoy, como usted, derrotada por la vida.
Pero mientras la vida nos derrota hay quien resiste en el campo de batalla, quien le echa un pulso cada mañana. María José C. y Victoria F. M. no tienen nada en común más que un parecido hasta cierto punto razonable, y las ganas de tener una hermana. El extraño caso de los niños desaparecidos resultó ser el marco incomparable en el que ambas podían hacer realidad sus sueños. Somos hermanas, se dijeron, tras reconocerse en gestos y en un pasado que arrancaba en el mismo lugar, tras construir un futuro juntas imaginando una gran familia de fotos sonrientes. Somos hermanas, se dijeron después de que las pruebas de ADN negaran la mayor. La vida, abriéndose camino, y la resistencia hecha carne, «que el ADN diga lo que quiera, pero María José y yo somos gemelas».
Ahí está. Cada uno por su sitio. La vida por un lado, la muerte por otro. Porque ser derrotado por la vida no implica necesariamente la muerte. Así, por lo menos, lo entienden en el Betis que desde esta semana ha puesto a la venta unos columbarios que si no van a permitir el descanso eterno de los aficionados, sí van a suponer unos ingresos de más de nueve millones de euros para el club. Tal vez ya hay algún proyecto para hacer lo mismo en los bajos del Carranza. Por lo menos, parece rentable y bastante friki.
Y mientras tanto, vencido y derrotado haga como Melendi. Si no puede con su enemigo, únase a él. Total, todos estamos de paso, «Voy caminando por la vida, sin pausa, pero sin prisas». Eso, lo de estar de paso, lo de estar siempre en camino, es lo que parece que no han entendido unos cuantos.