EL ROSTRO IMPENETRABLE
Actualizado: GuardarUna paradoja. El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia teme por la salud del genocida que va a juzgar, Ratko Mladic, que parece gozar de excelente salud. El precedente insoportable fue la muerte en prisión del presidente Slobodan Milosevic, del que llegó a especularse que murió envenenado, después de cuatro años de juicio. Incluso se ha defendido la conveniencia de un proceso exprés para Radovan Karadzic y el 'carnicero de Srebrenica'. El exgeneral padece un cáncer linfático y se teme una rápida decadencia. Acusado de los peores crímenes contra la Humanidad, Serbia le despidió como al héroe que parte obligado al exilio por su pueblo.
Apareció con un atuendo gastado y una gorra más de intendente de cocina que de heroico general. Sin descomponer su rostro impenetrable, dijo que necesitaba tiempo para estudiar los cargos: «He estado en la enfermería de la prisión y he recibido unos 3.000 documentos de los que no he leído nada ni firmado nada». Escuchó imperturbable la lectura de las once acusaciones y solo al llegar a la de asesinato de 8.000 niños y adultos en Srebrenica esbozó un gesto parecido a la negación. Mladic aseguró desconocer las «monstruosas y repugnantes acusaciones», con la misma frialdad insincera que recuerdan las grotescas secuencias filmadas del general atravesando la ciudad bosnia después de su caída, dando caramelos a las mujeres y a los niños aterrorizados, acariciando la cabeza de un chico, mientras le decía que no se preocupara porque iba a estar a salvo, cuando ordenó que le ejecutaran a los pocos instantes.
La televisión Al-Yasira ilustró su comparecencia con imágenes de las víctimas, que no solo recordaron que su demanda de justicia está tan viva como el primer día, sino que reivindicaron un test crucial para el propio tribunal. Su decisión debe mandar una potente señal, de que los acusados de crímenes contra la Humanidad pueden correr pero no esconderse para siempre. Al fin y al cabo, La Haya es el único organismo capacitado para tomar la temperatura de estos asesinos patológicos, ausentes de compasión, y la única justicia capaz de hacer que paguen por lo que hicieron, lejos de toda emotividad que influya en sus decisiones. Otra cosa es la incomparable desproporción entre sus crímenes y la condena, y que se llame justicia a la que se dicta dieciséis años después de cometidos los delitos. El derecho es la más bella invención de hombre contra la equidad, decía Delavigne.