Fiat Panis
Actualizado: GuardarLos cuatro magnolios de la Plaza de San Antonio han florecido. Con impudicia de jovencita casquivana, aunque casta, le enseñan sus untuosas flores al rosado edificio del Casino, que con cierto rubor de cándido mirón, más que atreverse a contemplarlos con lúbrica impunidad, se conforma con olerlos elevando la nariz al azulísimo cielo, inspirando con fruición, para que no se le escape ni un ápice de ese melifluo y sugestivo aroma. Los atolondrados vencejos trazan piruetas de titiritero, manejando con maestría virtuosista su timón de cola, lanzándose en picado contra el suelo para después, sin estrellarse, acariciar los cierros con sus alas, en un milagro de ingravidez.
Mientras contemplaba maravillado del topetazo lascivo de las luces contra las fachadas, estas luces de eterno albor, recordaba que Miguel Hernández, llamó primero a 'El rayo que no cesa', 'El silbo vulnerado', y pensaba que a los silbos de estos vencejos no los vulnera ningún rayo. Una puesta en escena que sólo en Cádiz puede paladearse, pues esta nuestra ciudad, bastión de hechizos y misterios, es la única en el mundo que tiene tiempo para perder el tiempo de iluminar la vida, jugando a cineasta. Entrada ya la rotunda mañana, empezaron a atravesar la plaza, madres ajetreadas para llevar a sus hijos al colegio, dormidos. Abducidas por la responsabilidad de hacerlos llegar hasta el colegio indemnes, aunque dormidos, pese al zamarreo del transporte, esta obligación gozosa y responsable, no les borra de la mente la marca gris indeleble de la hipoteca.
No tienen tiempo, ni ganas, para pararse a contemplar lo que yo contemplaba y les cuento. El peso de los compromisos que nos hemos echado a la espalda para comprarnos una casa, quita las ganas de analizar la feracidad floral de cualquier magnolio. Luce en sus miradas una tristeza económica que les impide darse cuenta del valor que tiene su esfuerzo diario de hacer caminar a un atribulado sonámbulo para que cumpla con sus obligaciones para con el Estado. La Nación debe aplaudirles al pasar.
No se refiere el título a un modelo de coche italiano, sino que reproduce el apotegma de la FAO, que viene a exclamar 'hágase el pan', invocando a un milagro multiplicador que asuma el peso de nutrir a los menesterosos, los que tampoco tienen tiempo, ni ganas, de ver florecer a los magnolios. Nos hemos vuelto rutinas anodinas, autómatas de feria, incapaces de agradecer el premio de los grandes lujos gratuitos. La insulsa vida de las cosas, su tiranía, nos arrastra por una vereda pedregosa, dejándonos entre los guijarros tiras de nuestra afanosa piel, que no nos permite olisquear otras fragancias esenciales. Empiezan a atravesar la plaza aquellos que no tienen niños para despertar y despiertan al estúpido perro. Cosas del progreso, maestro.