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Leonard Cohen

Los regalos verdaderos no caben en el tiempo. Llegan sin avisar

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Aquel muchacho tenía doce años, lo recuerdo bien porque pronto empezaría el segundo curso del Bachillerato. Lo cambiaron de colegio, del pueblo a la ciudad, y con el cambio dedicó el verano a estudiar inglés, la nueva lengua extranjera en su nuevo colegio. Le buscaron un profesor, Cruz Emilio se llamaba y se llama, que le enseñó unas cuantas cosas para salir adelante. No fue eso lo que nuestro hombre recuerda. Lo que le ha llegado a la memoria hoy es el aluvión de sensaciones y latigazos de agua en el cerebro que sintió al escuchar la voz de un hombre que cantaba siempre entre la pena y la bondad; la alegría y la distancia; la desesperación y la dulzura más profunda. Era Leonard Cohen, al que ayer le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras.

En la memoria hay algo que recuerda a la niebla, frialdad, espesura, poca luz. Hay evidencias de que fue feliz. Hay huellas de un tiempo a preservar y guardar en un cofre con siete llaves. A ese tiempo no se puede volver; no se debe volver si se fue feliz, y el muchacho de esta historia sabe que así fue. Hoy, ya un hombre, ha encontrado en la poesía de Félix Grande el asidero que le hace conservar sus años de iniciación y sorpresa: 'Donde fuiste feliz alguna vez/ no deberías volver jamás: el tiempo/ habrá hecho sus destrozos, levantado su muro fronterizo/ contra el que la ilusión chocará estupefacta. Sabe que el poeta, Cohen, tiene razón. Como un pájaro en el alambre/como un borracho en un coro de medianoche/he intentado a mi manera ser libre'. Se equivocan poco estos alacranes de la palabra. Hoy aquel muchacho de un pueblo de La Mancha no quiere volver a ese tiempo, pero eso no impide que la vida se lo entregue gratis de nuevo. Los regalos verdaderos no caben en el tiempo. Llegan sin avisar. La voz de Cohen ha hecho que vuelvan los olores a tierra seca, a intenso calor mesetario, a humo, a tormenta aparecida, a tierra que huele a lluvia, a jabón de limón entre las manos.

Le preguntaron los verbos irregulares, y los dijo. Le pidieron que leyera un texto de Dickens, y lo leyó. Pero no terminó la clase. Cruz Emilio cogió la guitarra, y ante la mirada atónita de aquel infeliz muchacho empezó a cantar una de las grandes canciones de Leonard Cohen: 'Suzanne'. Se paró el tiempo, hasta ayer mismo que han premiado a uno de los cantautores más grandes, quizá el mejor junto a Dylan, otro premio Príncipe de Asturias. Los dos coetáneos, los dos judíos, los dos con historias muy parecidas. Fijaron la vida en un poema. Y fueron siempre generosos con aquel muchacho que a las horas de la siesta de un verano lejano abrió los ojos y se hizo la pregunta que abre todas las puertas: ¿Pero esto, qué es? Señoras y señores: la vida. La vida contada por Leonard Cohen. Solo eso.