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RAFAEL CERRO SE ALÍA CON LA SUERTE

CRÍTICA TOROS Actualizado: Guardar
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Por antigüedad encabezaba terna el joven Silveti. Los dos toros de peor nota, primero y cuarto, le entraron juntos en lote. Un primero de trote perdiguero sin la menor fijeza, la cara por las nubes y de mucha violencia si se le interponían. Entonces arrollaba. Y un cuarto, de lindo remate, que suelto y distraído estaba rajado al segundo asalto.

No le salieron las cosas a Víctor Barrio, tenso e inseguro en los dos turnos, los brazos rígidos, las distancias equivocadas, los toques a destiempo, agarrado a los engaños y no sujetados éstos por él, en rectificaciones obligadas porque se le echaron encima los dos toros. Cualquier parecido con el Barrio de su presentación en Madrid hace un año, o con el de hace sólo dos semanas en San Isidro, fue mera coincidencia.

La fama a Cerro se la ha dado su apoderado: José Ortega Cano. En horas trágicas Ortega, cuyo nombre iba de boca en boca como una plegaria. Los dos toros de nota para su discípulo. Gran ocasión. Un quite despacioso en el segundo de corrida fue tarjeta de presentación. Notorio. Suaves lances al tercero confirmaron su habilidad; no tanto una réplica por delantales al que acaba de ser, con Silveti en juego, el quite de la tarde. Y dos trabajadores prometedores, pero de más a menos. Con sus vicios -el de torear a suerte descargada y más en línea que para dentro, o el de componer la figura en los remates por abajo, o el de retorcer la muñeca en el toreo de muleta suelta- y con sus virtudes: la colocación, el buen manejo de avíos, la listeza, el acoplamiento de telas en la velocidad del toro, los recursos de un oficio hasta sorprendente.