Cuatro copas
Actualizado: GuardarEl fútbol y la lectura, no sé si en ese orden, nos permiten ser aproximadamente felices a ratos. Lástima que esos acontecimientos del corazón, tan poco usuales, no puedan ser compatibles en el tiempo ni en el espacio. Está claro que no se deben correr a la vez dos liebres de consuelo. Lo estaba pasando muy bien leyendo a algunos benefactores contemporáneos y a otros a los que sólo puedo dar las gracias mentales, ya que se fueron a su indebido tiempo, cuando vi en la tele el grandioso, legítimo, triunfo del Barça en Wembley. No saben lo que se pierden los que no aman al fútbol y sobre todo no saben la de veces que se lo pierden, que son varias a la semana, las suficientes para arruinar cines y restaurantes. Lo pasé en grande, quizá en una coyuntura más apresurada que la que ofrecen los grandes escritores. Si cuando se muere un viejo, como yo, se muere una biblioteca, cuando se muere un espectador de fútbol se muere un niño.
El Barcelona ha congregado una generación imposible de repetir. Una carambola de la genética a la que Guardiola le ha puesto pies y cabeza, además de instinto de grupo. Que Dios salve a Messi, y sobre todo que Dios nos salve de Messi cuando juegue con nuestro equipo favorito. Naturalmente no está solo. Si no hubiera otros genios acompañándole no podría cumplir el exigente eslogan griego que obliga a todo el mundo a llegar a ser quien es.
Con cuatro copas, aunque sea de la Champions, ningún bebedor profesional, quiero decir acostumbrado y consciente, debe embriagarse y mucho menos de éxito, que es un licor que produce unas resacas horrorosas. Dijo Kipling, en un poema demasiado didáctico, que hay que mirar al éxito y al fracaso como a dos impostores. Es cierto, pero no lo es menos que es preferible acusar al primero de farsante que al segundo. En ese trance, hablando de otras cosas, están ahora Rajoy y Rubalcaba. Uno disfruta lo que no le ha llegado y otro le prepara acogida a un huésped al que le espera un camino largo.