Leonardo triunfador en una tarde con percances
MADRID. Actualizado: GuardarUna melodramática corrida de rejones: dos notables caballos de la cuadra de Moura Caetano heridos, y uno de ellos hubo de ser sacrificado; dos caballos más alcanzados pero sin lesión seria en apariencia, uno de Leonardo y otro de Galán. Sobresaltos en tobogán inesperado, porque tres de las cuatro cornadas y cogidas de los caballos -Garabito y Passapé, los de Caetano, Templario el de Leonardo, Vidrié el de Galán- llegaron en ataques defensivos o arreoncitos de los toros y no en reuniones de riesgo o toreo mayor.
La corrida de Luis Terrón fue de pobre nota: un quinto de imposible mansedumbre, y que causó la al cabo mortal cornada de Passapé, un precioso castaño lusitano que toreaba por primera vez; un cuarto que, sin encelarse propiamente, pegaba topetazos. No tan en negativo los demás. El sexto, que saltó al callejón, fue el toro de la tarde, se empleó en galopes nobles.
Un primero demasiado quebrado por dos rejones de castigo se aplomó antes de hora; demasiado herido también el segundo, que fue bravo en el tercio de castigo, pero se paró; demasiado distraído y un punto incierto el tercero.
Las cornadas de los dos caballos de Cateano produjeron general consternación. No tanto la del caballo Garabito, herido en el anca izquierda por perder un paso tras una clavada de alto riesgo, como la del novel Passapé, forzado a reunirse en corto con el manso quinto que estaba a la espera. Bastó con un derrote seco para herir en los cuartos traseros, por las ingles de la pata izquierda; la cornada, con toro encelado y jinete desmontado, fue casi en chiqueros, y se oyeron gritos de espanto. La misma ebriedad ingenua con que se celebran en estas corridas los carruseles de cortas y violines, o las galopadas de costado, se vuelve un grito de inconsolable espanto cuando cae herido en combate un caballo. El que sea. Éste era una verdadera maravilla.
Con el acre sabor de la tragedia todavía en la boca, el sesgo de la corrida pegó un cambio de teatro al soltarse el sexto, que saltó al callejón, como tantos de los buenos de sangre Murube, y que en cuanto volvió a la arena no paró de galopar.
Y entonces «¡que siga el espectáculo!». El joven Leonardo puso las cosas en orden con supina diligencia. Sin arriesgar sino lo imprescindible: dos rejones de castigo en reuniones por los adentros, las primeras farpas en rayas o tercio y asegurando las reuniones. Pero ya hubo una de frente y al cambio más descarada y, al fin, salió la estrella de la cuadra, un fantástico tordo Xarope, y a dos manos, y con las banderillas cortas al violín dejó la situación del todo gobernada. Una estocada perfecta y cobrada a ley. Dos orejas, puerta grande.