Sociedad

ICONOGRAFÍA

GADIÁSPORA Actualizado: Guardar
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En estos días y aquí, en Washington, solo se habla de la muerte de Bin Laden y he oído al respecto múltiples comentarios sobre el deseo o la necesidad que muchos americanos tienen de ver el cadáver del barbado terrorista. Nada, en estos tiempos, como el poder de una imagen.

Y es que han sido tanto la potencia como la reiteración de las imágenes las que convirtieron a Osama Bin Laden en mucho más que un líder, en un icono. Su propio retrato, repetido hasta la saciedad -y que hubiera hecho las delicias de Andy Warhol- y la fuerza impactante de su obra -dos aviones estrellándose contra las torres gemelas de Nueva York, a su vez icono oficial del poderío económico capitalista- exigen, para placer de iconoclasta, la secuencia final del asesino asesinado. Sin pensar que esa fotografía podría hacer trascender al representado a santo o mártir. Parece por lo oído que la imagen de Sadam Hussein colgando hizo disfrutar a quienes habitan el terreno de Némesis.

Si Warhol pensaba que la repetición de una imagen la enfriaba y la liberaba de toda pasión, comprobamos también cómo puede darse el fenómeno contrario y la obsesión visual puede convertir en icono digno de culto al objeto, la persona o la acción mostrada de manera reiterada. Con eso juegan los medios y ahí radica el peligro de no controlar lo exhibido.La estrategia de la Administración Obama para desmitificar a Bin Laden está dando, sin embargo, un extraordinario resultado. Mostrarlo decrépito y patético hasta el tinte ridiculiza al héroe y lo convierte en juguete roto, en prisionero de su propia obra. Las imágenes que se ven en los vídeos caseros humanizan al falso ídolo y presentan la cara oculta del icono. Puro esperpento valleinclanesco. Habrá que ver, cambiando radicalmente de tercio, qué modos utilizará alguna cadena televisiva, llegado el momento, para desacralizar a sus propios iconos populacheros.

No soy de los que piensan que el atentado del World Trade Center se pueda interpretar como obra de arte, ni siquiera por su poderío visual. No entiendo el arte cuya finalidad sea la barbarie, la destrucción, el martirio o el asesinato (no sé si así me estoy definiendo, además, como antitaurino) aunque éstos formen parte del mundo actual y el arte intente interpretar o explicar ese mundo. Una cosa es mostrar la tragedia y otra, muy distinta, provocarla.

No reneguemos, en cualquier caso, de los iconos sino de la adoración ciega que puedan producir y, por lo tanto, del manejo malintencionado de ellos. De hecho un buen uso de elementos representativos puede ayudar a la creación de una «marca reconocible» que genere beneficios de distinto calibre a la comunidad. Sin ir más lejos y tornándonos localistas, a Cádiz le vendría bien tener imágenes que ayudaran a dar a conocer la ciudad; representaciones gráficas que se identificaran con facilidad en el exterior. Las figuras de los sarcófagos fenicios, con la maravillosa literatura que rodea el descubrimiento de la Dama de Cádiz -según la versión de Fernando Quiñones-; la contemporaneidad de los dos delfines de la Casa del Obispo, tan sugerente y propicia a diversas interpretaciones y el perfil de la Catedral, junto al mar y tan ecléctica como el siglo XXI podrían aprovecharse para darle algo de visibilidad externa a una ciudad que de tanta luz aparece cegada. Si supiéramos vendernos, con elegancia y actualidad, otras estadísticas nos cantarían.

Por cierto, ¿le estará faltando al 15M un icono o es justo lo que no necesita?