NUESTROS REPRESENTANTES
Actualizado: GuardarL os pasillos y alcobas de los partidos políticos están llenos de malas hierbas, jaramagos, convalecientes de heridas personales y determinados aventureros que siempre apuestan, tras cada rincón, por el mejor postor. Aquí, en Andalucía, tantos los políticos como los periodistas y los caza recompensas, más que observar los vaivenes de la vida interna de los partidos, escuchamos en silencio los ruidos internos e indescifrables de tales pasillos y alcobas citados, y nos felicitamos por haber sorteado esa tentación pícara de transitar por espacios ominosos de las acechanzas, los desencuentros y los disparos de los apostados.
Hemos conocido a políticos señeros que acariciaban a bebés con toda ternura y se conmovían ante un paisaje primaveral con los ojos humedecidos. Pero cómo eran en la intimidad. Ni amigos, ni conocidos, ni criaturas cercanas. Ellos, primero, y después el diluvio. En los tiempos de los cruzados, con los traficantes de demagogias clamorosas y malignas mentiras, estos gestores, por decirlo amablemente, siempre anteponían sus dudas y sus recelos a la brisa de la ingenuidad de base y los sueños bienintencionados de la ciudadanía.
Hay esta manera de contemplar la política, cruda y cruel, pero también puede verse desde el embeleso de un orden de suaves brisas y verdes valles. Los políticos están en la vida pública porque emocionan al paisanaje, y entonces lo que llamamos sociedad civil acude a las urnas y elige a sus representantes. Hermoso escenario.
Nuestros representantes no son ni mejores ni peores que nosotros, los hijos de la base social. Pero a veces surge la luz y aparece una mujer, como no podía ser de otra forma. En este momento es la ciudadana Carme Chacón, la jefa política de la milicia. Como, por lo general, las mujeres son madres antes que amantes, muchos de nosotros nos hemos dejado arrullar por ellas. Y no nos arrepentimos. Nos fiamos más de las féminas que de esa estirpe de políticos broncos y decimonónicos que disparan obuses orales. Lo repetía mucho Heráclito: «los hombres públicos son de una pasta indefinida y de una mentalidad complicada. Limitémonos a observarlo». Y así será por mucho tiempo.