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El carnicero megalómano

ROMA. Actualizado: Guardar
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Ratko -que significa 'guerrero'- Mladic empezó a ser una figura tristemente famosa del ejército serbobosnio en 1992, cuando con 50 años se encargó del asedio de Sarajevo. En su primera aparición televisiva, en una colina de la ciudad, con un sombrero de la vieja Serbia monárquica, declaró: «Estoy en condiciones de destruirla hasta los cimientos». Su objetivo, explicó, era «hacer explotar el cerebro» a cada uno de sus vecinos.

Así es como fue coleccionando quince cargos por crímenes de guerra: seis por violación de las leyes bélicas, siete por crímenes contra la humanidad y dos por genocidio. Mladic es un eslabón torcido más de la cadena de odio que atenaza a los Balcanes desde hace siglos. Nacido en 1942 en un pueblo de Bosnia, su padre, que era partisano comunista de Tito, fue ejecutado por croatas 'ustachas', aliados de los nazis. Es un trauma que marcará su odio hacia musulmanes y croatas, así como una infancia austera en cuarteles hasta desembocar en la carrera militar. Aunque estuvo tentado por la medicina y la enseñanza. Pero su talante, parecido al de otros monstruos de las guerras balcánicas, le hizo idóneo para el horror del conflicto de los noventa. Violento, audaz, mesiánico, megalómano, convencido de ser un genio y salvador de su patria tuvo como primer cometido en 1991 sofocar a los separatistas croatas de Knin. Allí ya se ganó el apodo de 'carnicero' y el grado de general.

Luego sería jefe del Estado Mayor en la autoproclamada Republica Srpska de Bosnia y llegarían las atrocidades de Sarajevo, Gorazde y su más siniestra hazaña, la matanza a sangre fría de 8.000 hombres y adolescentes en Srebrenica, el 11 de julio de 1995. Es una fecha que también figura en la historia de la vergüenza para la ONU y la comunidad internacional, que no evitaron el desastre. Los métodos de Mladic, héroe nacional para muchos serbios, eran expeditivos: en cada población separaba a los hombres mayores de 15 años, para matarlos o encerrarlos en campos de concentración y tortura -se calculan en un centenar-, y a las mujeres, frecuentemente violadas en masa, las expulsaba junto a ancianos y niños.

Se calcula que esta limpieza étnica desplazó a 2,5 millones de personas. Su locura finalizó en 1996, terminada la guerra, cuando se dio a la fuga, dieciséis años pasados entre granjas, cuarteles y monasterios que sería interesante reconstruir. Su mujer, Bosa, sigue viviendo en Belgrado con su hijo Darko. En la cartera lleva un mechón de cabellos de su hija Ana, que se suicidó con 22 años en 1994, se dice que torturada por los horrores de la guerra en Bosnia.