La espartana... hasta que le dé la gana
Más capaz para levantar las ideas de los demás que para tenerlas, deslumbra a los gaditanos por una severidad metálica de la que ellos creen carecer Teófila Martínez Alcaldesa de Cádiz por quinta vez consecutiva
CÁDIZ. Actualizado: Guardar«Mi hijo vive en San Sebastián de los Reyes. Todos los días tarda más de una hora en ir al trabajo, en tren y metro, a Madrid. Otro tanto en volver. Todos los días. Es lo que le ha tocado. Así está la vida». La que habla no es una vecina de Cádiz. Es Teófila Martínez y en su comentario, sin pretenderlo, resume su ADN personal y político que, en este caso, son el mismo.
Es una mujer dura. Creció en un pueblo diminuto, en Guarnizo (Cantabria), en un entorno «austero y severo», resumen sus más íntimos colaboradores, criada por unos padres de firmeza imponente. Para ir a la escuela, para cualquier mínima gestión o diversión, tenía que hacer kilómetros a pie o en bicicleta. O cuesta esfuerzo, o no merece la pena. Ahora, con otros medios de transporte más modernos, ella cuenta que ahora lo hace su hijo. En primera persona o en carne filial, el mismo orgullo.
El vástago la dibuja mejor de lo que ella cree. Se ha buscado la vida lejos de la influencia de su madre y su padre (Santiago Cobo, exlíder de la patronal provincial). Hasta tuvo que pedirles aval para que le dieran la hipoteca pese a ser un economista con empleo estable. Eso sí, ni vive ni trabaja cerca para que no haya ni sospecha de influencia.
Si algo marca el perfil político de Teófila Martínez es que en su casa le enseñaron «que el trabajo es una obsesión» y que nadie la pillará nunca en un renuncio de corrupción. Ni una debilidad. Puede meter la pata -aunque no lo reconocerá ni bajo tortura-, pero no meter la mano, ni el menor favor, ni un regalo, ni para un familiar. Ese es su sello personal, no de su grupo ni de su partido porque esas cuestiones no se pueden multiplicar por 'diecipico' concejales y sus colaboradores. Estricta en su trabajo diario, es implacable con lo que crea torpeza o dejadez. Dirige el gobierno local con mano de hierro. No le preocupa ser firme ni desgastar el ánimo de los que la rodean.
Este mandato será el primero que inicie como abuela pero nadie espera que se ablande. La niña que provocó ese cambio, no tiene ni un año, se llama Marina. Sin embargo, cuando viene a Cádiz, la llaman Teófila. El nonagenario padre de la regidora vive con ella en El Puerto, lo cuida. Antiguo trabajador ferroviario, el hombre está muy orgulloso de ese nombre, que fuera de su madre. Tanto es así que se lo puso también a su hija, 'pentalcaldesa'. Ahora, nadie ha querido darle el disgusto de decirle la verdad. La niña, cuando viene a Cádiz, se llama como la abuela y en paz.
Tanto en ascendencia como en descendencia, a esta mujer nacida el 5 de enero de 1948 se le ve el sello. Metódica, incansable, perseverante, alérgica a las ayudas apenas contó con el aval inicial de Rodrigo Rato, su gran valedor. El resto del tiempo gritaba que la dejara sola, como los toreros. Incluso en el fracaso (como aspirante a presidir la Junta) ni se quebró, ni se quejó ni se apoyó en nadie.
Ferviente seguidora del esfuerzo como único camino. Espartana, sin aficiones conocidas, ni grandes relaciones personales más allá de su familia directa, sin una creatividad reseñable pero con la capacidad tan jesuíta de detectar a los que la tienen, de apropiarse de ella, vampirizar el talento de los demás y ser pesada hasta conseguir ponerlo en pie con fecha y firma.
Desde anoche es alcaldesa de Cádiz por quinto cuatrienio consecutivo. Otra vez con mayoría absoluta. Si no median cantos de sirena desde el PP de Madrid en 2012, cumplirá 20 años en el cargo. Tendrá 67 años entonces. Su salida del cargo solo se entiende ahora por una decisión voluntaria.
En la ciudad más antillana de España, en la que la alegría de vivir está santificada en un relicario de carencias, también atrae lo que no se tiene. Los espartanos escasean aquí. Sobran los improvisadores, los repentistas. Así que los ciudadanos parecen haber buscado el complemento que les falta, alguien obseso del deber, sin aprecio por el disfrute, que ponga el empeño que a los lugareños les cuesta. Solo así, como dijera el gran Téllez, cabe explicar el fenómeno de una alcaldesa de derechas, y mucho, votada por el 60 por ciento de los que van a las urnas, entre los que hay al menos una tercera parte que no lo son.
Y hasta que ella quiera.