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Zapatero se desinfla al final de la campaña con la puntilla del 15M

Los socialistas dudan aún del recorrido que tendrán las protestas, pero las toman «muy en serio»

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Como si no hubiera ya nada más que perder. José Luis Rodríguez Zapatero se presentó anoche en La Coruña dispuesto a hacer, por primera vez en un mitin, una mención expresa al movimiento del 15-M. Lo avisaron de antemano sus asesores y así fue. «Es una protesta pacífica y merece todo nuestro respeto», dijo. Pero ahí quedó todo. Esta vez no trató de rebatir con ahínco los principales argumentos de quienes se han echado a las calles ni exageró el mensaje de que el suyo es un Gobierno de pura izquierda. Fue como si estuviera en el escenario, pero solo en cuerpo; no en alma. Como si hubiera perdido la energía.

Los socialistas han tardado varios días en reaccionar a ese fenómeno que algunos califican ya como 'spanish revolution' (revolución española) y aún siguen sin tener claro cuáles serán sus consecuencias electorales o si tendrá recorrido a largo plazo. Lo que a estas alturas entienden es que «hay que tomárselo en serio», dice un miembro de la dirección del partido.

Es evidente que los acontecimientos han conseguido desbaratar toda una estrategia encaminada a persuadir a los descontentos que antaño votaron al PSOE de que aún tenían motivos para confiar en su partido. Porque el mensaje que estos días se lanza en la Puerta del Sol de Madrid, o en otros puntos de España, es mucho más demoledor para los intereses de los socialistas que cualquiera de los discursos que haya podido pronunciar Rajoy en toda la campaña.

En los últimos días, tanto el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, como el propio José Luis Rodríguez Zapatero, en Vigo y en Cáceres, optaron por combatirlo con saña. Ambos hicieron discursos aparentemente diseñados para convencer a los manifestantes (o quizá aún más a quienes puedan simpatizar con ellos) de que están equivocados, de que el PSOE no es como el PP y de que si se abstienen, «la derecha» ganará y luego no valdrá lamentarse. Parecía, sí, que se dirigían a ellos, pero oficialmente -se remarcaba desde la dirección del partido- no era así.

¿Por qué? Por temor a que los protestantes se sintieran manipulados, a echar de una manera torpe más leña al fuego. Por eso mismo, no se ha acercado nadie de la dirección federal a Sol. No se puede hacer nada más, alegan, que escuchar y esperar.

«Respeto, prudencia, no aprovechar nada, no desdeñar, no disolver», resume una de las personas con más peso en el comité electoral del partido. «Eso y defender nuestra posición de que el voto es la palanca para cambiar las cosas».

Es exactamente lo que hizo Zapatero en La Coruña, donde el próximo domingo se celebran solo elecciones locales. «Quiero que sepáis, como sabemos bien y saben los compañeros más veteranos, que todas las mejoras se consiguen trabajando y votando, que los cambios, y las reformas se logran con el voto democrático y la exigencia crítica al gobernante», dijo.

La frase tuvo una construcción tan alambicada como el resto de su discurso. Zapatero estuvo disperso; más que nunca. Llegó a hablar dos veces de educación obligatoria hasta los 18 años (en lugar de los 16 años) y otras dos que en Galicia no se celebran ahora municipales (en lugar de que no hay autonómicas).

Aún así fue capaz de intercalar con más o menos acierto los dos mensajes de la jornada: «Siempre hemos sabido escuchar las críticas. Somos un partido que tiene capacidad de debate. No somos como el PP, que ni escuchar ni nunca está dispuesto a tener la mano»; el primero. Y, fuera de esta cuestión, uno específico dirigido a la canciller alemana Angela Merkel para defender el nombre de España, después de que esta diera a entender que uno de los problemas de este país es que no se trabaja suficiente y hay muchas vacaciones. «Que quede claro: los españoles trabajan algo más que la media de la UE y tres horas más a la semana que un país tan poderoso como Alemania».

El pasado lunes reconoció en un encuentro con los periodistas que siguen su campaña que entendía el 15M «es la expresión de una realidad que tiene mucho que ver con las expectativas de empleo y la vivienda». Pero se mostró tranquilo y dijo que no tenía «por qué tener un traslado a las urnas». Hoy la serenidad ya no parecía tal.