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Dublín aísla a Isabel II de las protestas
Un impresionante despliegue policial impide que los radicales republicanos empañen la histórica visita de la reina británica a Irlanda
DUBLÍN. Actualizado: GuardarHacía casi una hora que la reina Isabel, sonriente y de verde, había pisado tierra de Dublín, la primera de un soberano británic desde hace cien años, y en O'Connell Street, junto a la estafeta de correos que tomaron los rebeldes en 1916, la trifulca aumentaba. El cordón policial se empeñaba en hacer retroceder a unos sesenta manifestantes que querían invadir la calle. «¿De quién son las calles? ¡Son nuestras calles!», gritaban para impedir que la comitiva de la soberana británica llegase a Parnell Square.
Esa esquina de Dublín no era el lugar donde Éirígí (en pie), un grupo de gente desgajada de Sinn Féin y del IRA durante el proceso de paz, había convocado su acto de protesta. Debía ser en el 16 de Moore Street, a tres minutos de allí. En ese lugar decidieron rendirse los insurrectos del Levantamiento de Pascua y allí se iba a depositar una corona, para contraponerla a la que la monarca dejaría, en su primer paso de esta visita, en el jardín que recuerda a los muertos por la independencia irlandesa desde 1798.
Pero, a la hora señalada, los organizadores se pasaban la corona y explicaban a quien les preguntase que igual había cambios, que lo mejor era que se les observase. Había que seguirles hasta la esquina de las calles Henry y O'Connnell, donde poco después comenzaron los empujones observados y filmados por turistas y por los pocos lugareños que andaban por allí sin saber aún que quedaban tres horas para el desfile real.
En la noche del lunes se había desactivado una bomba colocada en el portamaletas de un autobús con destino a Dublín y la Policía había tenido que acudir ayer por la mañana a otros dos avisos de falsos explosivos. Los de Éirígí no apoyan el terrorismo, aunque lo amparan. Con un discurso medidamente ambiguo buscan atraer a quienes aún respaldan la insurrección violenta para formar su nuevo partido, más socialista que Sinn Féin.
Cambio de ruta
Los empujones iban tomando un cariz desagradable hasta que los dirigentes de Éirígí, entre los que se encontraban Brian Neeson y Brendan McKenna, cruzaron la calle desde el otro lado, se unieron a los manifestantes... pero se los llevaron a Moore Street. «Si se produce un disturbio grave nos habrían echado la culpa», decía después McKenna, que achacaba los empujones o los lanzamientos de botellas o palos a «agentes provocadores del Estado». Se llevaron a todos hacia la prevista ceremonia de conmemoración de los que se rindieron en 1916.
El número 16 de Moore Street es un edificio casi ruinoso en cuyos bajos hay una tienda cerrada hace tiempo. Se llamaba Just 4 kids, que se puede traducir igualmente como 'Solo 4 críos' o 'Solo para críos'. Y a los congregados, menos de cien, podían aplicarse ambas definiciones. Eran pocos y su política parecía infantil. «¡Somos civilizados!», gritó uno ante la petición por Neeson de que la protesta fuera digna. Bastante bebidos estaban para ser el mediodía de un martes. «¡Dicen reina británica! ¡Decimos guillotina!», era un coro popular.
Entre ellos, el carpintero Hugh Corcoran, de 21 años, que no es miembro de Éirígí - el partido tiene unos doscientos integrantes en toda la isla y habla con los aspirantes durante seis meses antes de aceptarlos, para evitar infiltraciones de las policías-, se identificaba con el lado izquierdista del grupo. Mencionaba entre sus inspiradores a Marx, Gramsci, Lenin, Fidel Castro y Hugo Chávez y rechazaba el nacionalismo de clase media.
Reivindicación a coro
«¡Hablando de Roma!», dijo resignado cuando, en la canción que cerró la peripatética ceremonia, la única estrofa que cantaron a coro sus correligionarios de ayer fue una que decía: «Seremos una nación de nuevo». Y, tras la confirmación de esa constante en la historia republicana, partieron a otra esquina, la del oeste de Parnell Square, cerca de donde la soberana iba a depositar su corona y rendir honores a los caídos por la idea irlandesa.
En esa esquina ha tenido siempre su sede dublinesa Sinn Féin y desde allí se oían unos altavoces que lanzaban a las calles semidesiertas baladas de rebeldes derrotados. Cuando llegaron los de Éirígí, conminados por el líder Neeson a marcharse si alguien quería taparse la cara, se acalló la música de Sinn Féin. Sus miembros aparecieron después en una casa más arriba para lanzar al aire globos negros en conmemoración de una masacre de los lealistas del norte en 1974.
El temor a lo que esa cultura política ha generado hace de esta visita un fenómeno audiovisual. Apenas hay gente en la calle, porque se desconocen los horarios y las restricciones de tráfico y acceso disuaden de acudir. La reina atravesó la otra esquina de Parnell Square en su camino de ida y de vuelta y los disidentes, una mezcla poco prometedora de políticos izquierdistas y matones alcohólicos, reaccionó variadamente: unos soplaron silbos, otros hacían obscenidades con sus dedos, hacia ninguna parte. No tendrían importancia si de las cenizas ya seculares de la insurrección irlandesa no surgiesen aún esporádicas bombas y falsas alarmas.